Marihuana al parque

Sinforoso

Viajé a Bogotá, al Festival Rock al Parque. Creo que a vuelo de pájaro, de los 240 mil asistentes, un 65% eran marihuanero, un 15% eran aguardientero, un 10% era de ambos y otras cosas más, y el 10% restante fuimos a escuchar buen rock sin meter nada distinto a un buen sanduche de ternera con té al clima para acompañar. Los ponqueros dirán que éramos unos viciosos carnívoros.

Los organizadores (Alcaldía de Bogotá) estipularon en las normas para asistir al certamen, entre otras cosas, la prohibición de consumir sustancias psicoactivas y alcohol dentro del recinto, cosa que no creí de entrada, pero que tampoco imaginé que fuera a ser de manera tan desaforada.

Confieso que jamás había visto tanto marihuanero junto, y soy de los que no se escandalizan al ver gente metiendo marihuana, y respeto que cada quien meta lo que se quiera meter, incluido a Jorg’s, siempre y cuando no afecte a los demás. Debo reconocer que empezó a incomodarme, y cada vez que alguien prendía un “bareto” me movía a otra parte, por lo que estuve moviéndome durante el festival por todo el recinto, lo que provocó que me perdiera muchos momentos buenos de los conciertos y la extraña sensación de estar entrenando para una caminata en Río 2016.

Al final decidí relajarme, aceptar la realidad del país, y me dediqué a observar lo estúpidas que se ven quienes consumen sustancias psicoactivas, incluidos quienes consumen alcohol de manera desaforada. Entonces pensé que el Gobierno nacional, con un fuerte apoyo de nuestro burgomaestre regional, ‘El Guille Jaramillo’, tan comprometido con estos temas, debería legalizar el consumo “recreativo” de la marihuana y obligar a poner letreritos por todas partes que digan “este es un ambiente 100% libre de humo de marihuana”, como lo hacen con el tabaco.

Ibagué se vería sumamente beneficiada con esta iniciativa; convirtiéndose así (ahora sí en serio), en un exitoso destino turístico. Disminuiríamos el desempleo porque nacería una nueva industria que pagaría impuestos, se acabarían las ollas tipo Bronx y se reduciría la criminalidad.

Otra ventaja es que los consumidores, que son muchísimos, dejarían de ser ilegales y podrían comprar sus “baretos” por cajetillas en el supermercado, lo que evitaría que se expongan a ser robados o a consumir “bareta” mezclada con porquería. Sería una industria exitosa, pues arrancaría con una amplia franja de consumidores ya cautivos y en crecimiento. Podría producirse el “bareto” con y sin filtro, el “bareto” largo, el “bareto” mentolado, el “bareto” light, el “baretico” o “bareto” corto, y hasta se me ocurre un “bareto” mezclado con yerbabuena o manzanilla, o, por qué no, con toronjil para la tos. También tendría que promulgarse una ley que prohíba manejar bajo los efectos de la marihuana, y habría que inventar el “marihuanómetro”, que mediría el número de “baretos” que se metió en la fiesta; y lo mejor será que cuando el policía detenga al conductor enmarihuanado éste no le dirá “¿usted no sabe quién soy yo?”, porque “la risueña” y la resequedad en la boca no lo dejará decir estupideces, aunque se vea tan estúpido como el borracho.

Alcalde: ¡Legalice ya! Los jíbaros del skate plaza, e incluso algunos docentes de la UT, romperán sus cadenas y se lo agradecerán.

Comentarios