El drama pensional

Todos los ciudadanos y, con mayor razón, quienes pertenecemos a esa ínfima minoría que ha tenido la fortuna de acceder a una pensión justa y que con algunas limitaciones nos permite gozar de una vejez digna,

estamos obligados a opinar y apoyar iniciativas que conduzcan a ese absurdo en que está sumido este país con la injusticia y la indignidad en que deben pasar sus últimos años esa enorme mayoría de ancianos cuyo drama todos conocemos.



Si bien el país en la actualidad destina un rubro de 20 billones de su presupuesto a las pensiones, lo cual representa al menos un 4% del PIB, rubro superior a la suma de los asignados a seguridad, educación y salud, tal fondo es insuficiente y está supremamente mal repartido. De esa torta nos alimentamos muy pocos y algunos sacan su gran tajada aún por encima de la ley. Unos pocos disfrutamos de gran parte del presupuesto que pertenece a todos.


De estos 20 billones, 16 van a parar al bolsillo de los servidores del Estado, lo cual indica una situación de favorecimiento ilícito con respecto a los trabajadores del sector privado y, con mayor razón, de esa mayoría de “empleados” dentro de las feroces condiciones de la informalidad.


Sólo un ciudadano de cada 4 en su edad madura, goza de una pensión así sea mínima. Si bien las normas constitucionales han fijado un tope (para mí exorbitante de 25 salarios mínimos, debería ser un máximo de 10), algunos legisladores y aún dedicados a administrar justicia se burlan de él, ante la indiferencia de sus colegas y las laxas interpretaciones hasta del Procurador. La Corte Constitucional que, como es su deber, debería acabar con tales abusos, guarda silencio. Es poco lo que se puede esperar de ella en la materia por la tendencia al colegaje por encima de los principios de justicia.


Una profunda reforma pensional que establezca justicia en este campo, no sólo es necesaria sino urgente, ya que el camino por demás injusto que transitamos conduce al precipicio como está sucediendo en países europeos aún en mejores condiciones que el nuestro, cuyas legislaciones fueron demasiado laxas y demagógicas en la materia como Grecia, España y Portugal. Todos los países imprevidentes van hacia el abismo. Echar para atrás en la materia es muy difícil y traumático ya que aún los sindicatos defienden a los afortunados empleados y a quienes gozan de privilegios, siendo indiferentes o sacrificando a sus intereses egoístas a toda esa pléyade de conciudadanos ancianos que viven en condiciones indignas y deplorables.


Pero hay que afrontar el reto. Se trata de una cuestión de sobrevivencia, de solidaridad humana y de responsabilidad con las futuras generaciones. Los humanos somos proclives a exigir derechos y no reconocer deberes.
¿Qué debería hacerse en la materia? (Continuará)

Credito
REINALDO SUÁREZ DÍAZ

Comentarios