La renuncia de Benedicto XVI

Descartando el ámbito teológico que doctos y expertos vienen realizando, estas inquietudes son las de un simple creyente de la fe católica que no se altera por las fallas acaecidas en el pasado borrascoso que unos cuantos

 antecesores del actual pontífice cometieron o toleraron a lo largo de los dos mil años transcurridos desde cuando Jesucristo proclamó a Pedro, el humilde pescador, como cimiento de su iglesia: tú eres la piedra sobre la cual edificaré mi iglesia.

 

Cuando en 1883 León XIII abrió los archivos vaticanos para teólogos e investigadores de todas las religiones, recibió acerbas críticas que contrarrestó diciendo: una iglesia que durante veinte siglos ha salido airosa de tantas borrascas, está proclamando su origen divino. Los años le dieron la razón. Como se le darán a Joseph Razinger quienes hoy critican su renuncia al pontificado cuando aún tenía vivas sus facultades mentales con la lucidez suficiente para ejercer, mas no las físicas bajo la carga de los tremendos problemas actuales y el trajín de los viajes orbitales que también agobiaron a Juan XXIII, su admirado mentor.

El legado que deja Benedicto XVI al mundo cristiano y al universal, queda impreso a sus mensajes perdurables y sus encíclicas, en particular los últimos con peticiones ardientes para que cese el egoísmo y desaparezcan las divisiones engendradas por las ambiciones de poder y por la penumbrosa administración del Banco Vaticano. Parece que el cardenal Bertoni ejerce un poder que desborda el ámbito de su autoridad, traducida con el envió del Cardenal Carlos María Vigano en calidad de Nuncio Apostólico, siendo así que fue el propio Pontífice que lo había designado para depurar la institución bancaria, encargo que ejercía con eficiencia y carácter que no fueron del agrado de Bertoni y de su círculo de partidarios.


Su nueva existencia, a partir del 28 de febrero, fecha fijada en su renuncia voluntaria, transcurrirá en un convento de monjas contemplativas, donde hallará reposo a fatigas y decepciones, interpretando al piano la música de Mozart, su favorito, Beethoven, que toca personalmente, y sus escritos teológicos que antecedieron al nombramiento de gran Camarlengo de Juan Pablo II.

Credito
GENERAL ÁLVARO VALENCIA TOVAR

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