La negociación, pendiente de un hilo

Una de las modalidades de análisis en una apreciación de situación político-estratégica consiste en situarse en la posición del enemigo con el fin de identificar sus líneas de acción y frente a cada una preparar el plan para hacerle frente con las mayores probabilidades de éxito.

En el caso actual de las FARC, la aceptación de la propuesta del presidente Juan Manuel Santos en su discurso de posesión el 7 de agosto de 2010, dio signos claros de aceptación. Así se llegó, bajo un compromiso de confidencialidad, a la fijación del proceso de etapas y fases con un cronograma que debería cumplirse en noviembre de 2013. Fue entonces cuando el “mariscal” ‘Timochenko’, que no formó parte del grupo negociador, resultó con la más insólita de las actuaciones, asignándose a sí mismo atribuciones de aprobación o rechazo del documento firmado por el pleno del grupo negociador, cerrando la fase decisiva con la última etapa del proceso acordado públicamente. 

La carta de instrucciones a su delegación sobre el estudio del documento, reiterada por una segunda misiva, que fijaba tres puntos que él rechazaba de antemano. 

La airada respuesta del jefe del grupo negociador del Estado y el rechazo categórico del presidente Santos no dejan lugar a dudas. Surge entonces la pregunta ¿qué habrá de hacer Timochenko? Si da marcha atrás y rectifica sus declaraciones, estará reconociendo un fracaso imperdonable y su condición de comandante en jefe quedará quebrantada para siempre. 

La derrota no será suya, sino de todo el movimiento armado que ya perdió toda posibilidad de conquistar el poder por medio de la fuerza y que dilapidó tristemente la oportunidad que se le brindó para acompañar al pueblo colombiano en su voluntad de paz. 

Con su conducta torpe y recalcitrante ha demostrado que no es caudillo capaz de dirigir una hueste desmoralizada y en derrota que ya inicio la desbandada final y cuyo futuro no puede ser otro que prolongar la larga hilera de lápidas que señalan la sinrazón de las revoluciones comunistas, Mikhail Gorvachov, cumplió la sentencia histórica de que las revoluciones devoran a sus adalides. Así ocurrió a los verdugos de Luis XVI y Maria Antonieta, ejecutados en la guillotina por Robespierre, Danton, Marat, que a su vez cumplieron en la misma máquina infernal la sentencia de que el que a hierro mata, a hierro muere.

Credito
ÁLVARO VALENCIA TOVAR

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