Las paradojas de la tercera edad

libardo Vargas Celemin

A sus sesenta y tres años, mi amigo Ernesto, recién pensionado descubrió que se aproximaba a los promedios de años establecidos como la expectativa de vida para colombianos como él.

Sin embargo, luego de varios días de reflexión y diálogo con algunos congéneres llegó a la conclusión de que esos cálculos no eran para personas como él, que estaban llamados a superarlos, gracias a su vitalidad.

Aunque no tenía conciencia del cambio que se estaba operando en su organismo, una mañana que hacía una larga fila en una sucursal bancaria recibió la plena confirmación o el bautismo a su nueva caracterización.

Un vigilante se le acercó solemne y le recomendó ir directo a la ventanilla donde atendían solícitamente a las personas mayores. Me contó con una voz, mezcla de risa nerviosa e ironía, que quedó tan impactado, en medio de mujeres embarazadas y ancianos, que no tuvo más que recordar sus ejercicios de teatro estudiantil y caminó gacho, como arrastrando sus pies y permitiendo que un leve temblor le hiciera apretar el cheque y lo entregara al cajero, en un acto de refinada actuación.

Desde ese incidente Ernesto transformó sus temores en un mecanismo de extraño placer que experimenta cada que tiene que sacar a relucir su estatus de persona de la tercera edad. Así por ejemplo, cojea cuando se sube al bus urbano y no falta quien le dé el puesto. Se ofrece siempre a pagar los servicios públicos no solo los de su casa, sino de familiares y amigos, porque tiene filas preferenciales en las respectivas oficinas.

Un día lo invitaron a que ingresara gratis a un museo y en otra ocasión solo canceló el cincuenta por ciento en la entrada a un parque natural. Estos pequeños detalles generan sonrisas en Ernesto cuando me cuenta sus peripecias y además agrega que su espíritu de antiguo sindicalista ha vuelto a exacerbarle su sentido libertario y está pensando en crear una asociación para defender ciertos derechos que no se cumplen, especialmente los contemplados en la Ley 1171 del 2007, donde el Senado de Colombia reconoce una serie de reivindicaciones con solo mostrar la cédula de ciudadanía.

Llegar a los sesenta y tres años para muchos colombianos pudiera ser alentador, pero son muy pocos los que pueden jactarse de esta situación, ya que la mayoría de ellos no cuentan con una pensión de vejez que los blinde contra las necesidades económicas primarias; los unos porque nunca tuvieron un empleo estable y los otros porque las trapisondas de las entidades encargadas de otorgar estos beneficios, impiden que se accedan a ellos.

Por eso la tercera edad puede ser la antesala al paraíso o al infierno.

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