Los universitarios kenianos, las nuevas víctimas de los yihadistas

libardo Vargas Celemin

Profesor Titular UT

El pasado jueves santos, 142 estudiantes de la Universidad de Garissa cayeron acribillados por un comando del grupo terrorista somalí Al Shabab, afín a Al Qaeda, quien durante dieciséis horas mantuvo en vilo a los cerca de ochocientos universitarios que se encontraban en el campus, la mayoría de ellos católicos, que asistían a los oficios religiosos.

Este acto demencial hace parte de la escalada violenta que se viene sucediendo en distintos países y que está impulsada por la pretensión de los grupos musulmanes de apoderarse de gran parte del mundo y fundar su quimérico imperio a costa de la vida de millones de personas que han muerto, ya sea en atentados o ejecutados fríamente como ha ocurrido con varios prisioneros. Esta facción que se inició en el año 2006 y que cuenta con unos siete mil integrantes, le ha declarado la guerra a Kenia, por tener tropas en territorio somalí.

Los lugares que han seleccionado los yihadistas en los últimos meses como centro de los golpes más dramáticos, resultan bastante significativos. La sala de redacción de una revista en París, un Museo en el centro de Túnez y ahora una universidad cercana a la frontera con Somalia, son referentes simbólicos que tienen que ver con el fanatismo religioso, pero también con las manifestaciones culturales como el periodismo el arte y la educación.

El llamado Estado Islámico (EI) que es una propuesta político – religiosa apunta sus sanguinarias acciones hacia las instituciones que encarnan una visión de mundo occidental contraria a sus principios.

Además de los móviles políticos y estratégicos, la muerte de los universitarios católicos que, como en la antigua época del imperio romano, iban al sacrificio físico entonando cánticos y oraciones, representa una afrenta a la fe católica, pero también a la seguridad de una nación enemiga que se hace cómplice de la explotación de Somalia, una de las tantas repúblicas africanas que intentan salir de la pobreza generada por sus guerras intestinas.

La muerte de los estudiantes universitarios, pasa a engrosar la lista de masacres de jóvenes en el mundo entero y vulnera un espacio que tradicionalmente ha sido concebido como el escenario del diálogo, la discusión, los consensos y disensos, en medio del respeto al otro.

Hacer del campus universitario un lugar de confrontación violenta que destruye su espíritu pacifista, es además de una gran equivocación, un peligro latente para la seguridad de miles de personas que participan en la formación y estructuración del conocimiento y del pensamiento.

Duele que esta maquinaria yihadista de la muerte haya entrado al campus de una universidad, no importa de dónde; pero duele más el silencio que los propios universitarios guardan en el mundo entero.

lcelemin@ut.edu.co

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