Murió el poeta del fútbol y de los desposeídos

libardo Vargas Celemin

“La pelota y yo no nos entendimos, fue un caso de amor no correspondido”, escribió alguna vez Eduardo Galeano, para disculparse por sus pocas habilidades con el balón y para reafirmar su romance con las palabras, las que convirtió en el arsenal que repartió en libros, periódicos y revistas, recordándonos que era hincha furibundo del Nacional de Montevideo, la ciudad que lo vio nacer en 1940 y en la que murió el pasado lunes, luego de haberle dejado a Latinoamérica una cantidad de libros donde siempre tuvo como temas el fútbol y la denuncia contra los imperios.

“No asistimos en estas tierras a la infancia salvaje del capitalismo, sino a su cruenta decrepitud”, anotaba en una especie de epílogo de su obra más conocida, comentada, leída y hasta robada, según las estadísticas que lleva un librero en Buenos Aires. “Las venas abiertas de América Latina”, este fue el libro de cabecera de varias generaciones que encontramos en sus párrafos las citas precisas para demostrar con cifras la perniciosa influencia del imperio sobre estas naciones, tributarias tan solo de los frutos de la tierra y el subsuelo.

“Los plantadores de cacao encendían sus cigarros con billetes de quinientos mil reis”, denuncia Galeano en su libro insignia, el mismo que leímos cuando iniciábamos los caminos de la adultez y nos sumergimos en esa historia de las infamias que han hecho los imperios en estas tierras latinoamericanas, ya sea con el petróleo, el azúcar, el oro o la plata. Esta obra que los profesores de ciencias sociales convirtieron en texto de estudio, en reemplazo de “La historia de Colombia de Henao y Arrubla”, marcó un hito en la forma de encarar nuestra realidad histórica descabezando íconos, eliminando listados de supuestos héroes y estableciendo las relaciones de poder y de sumisión de los gobiernos latinoamericanos.

“Noches y días de amor y de guerra” fue el libro que más apreció Eduardo Galeano, porque en esas breves historias estaban todos sus recuerdos personales, las luchas adelantadas contra la dictadura del cono sur, las historias de vida de anónimos sindicalistas, trabajadores del campo u obreros de las ciudades, en un tono de lirismo fraterno y solidario. Esas narraciones construidas en el exilio, sin más ayuda que la viva evocación del pasado, hicieron parte también de mis lecturas predilectas, cuando las luchas gremiales me empujaron a una praxis enriquecedora.

Se nos fue Eduardo Galeano y las venas de estos países siguen abiertas a la explotación de sus recursos y el balón sigue rodando, mientras las palabras de ese “patadura”, nos recuerda que, “un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de club de fútbol”.

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