El riesgo de opinar en Colombia

libardo Vargas Celemin

La periodista María Teresa Herrán en su libro “Acallar la opinión” (juicio de los Araújos contra el columnista Alfredo Molano) plantea, que: “Las libertades de expresión y de opinión que permiten darle un dinamismo al espacio de lo público encuentran, en primer lugar, el obstáculo de la concentración oligopólica de los medios”.

Paradójicamente son estos medios los que hoy le dicen al expresidente que ponga “Punto final” a su estrategia de calumniar a sus contradictores. Se olvidan ellos que en sus páginas ensalzaron al mesías del “Ubérrimo” por los supuestos logros de su “Seguridad democrática” y guardaron silencio cómplice ante sus abusos de poder. Con ello permitieron que este estilo grotesco, contestatario y agresivo se entronizara en el país y se aceptara como un modelo de autoridad, patrocinado por grupos sociales retardatarios y violentos.

Los llamados trinos del twitero de sombrero aguadeño se reproducen constantemente y siempre destilan el odio y el rencor que le produce el que le lleven la contraria o emitan opiniones distintas.

Un día amenaza por teléfono a un hombre a quien le dice que si lo ve, “le pego en la cara marica “, en otra oportunidad afirma que los jóvenes de Soacha asesinados como “falsos positivos” eran delincuentes y la semana anterior rechaza una columna de Daniel Samper Ospina, y lo contraataca sindicándolo de ser: “violador de niños”.

La solidaridad recibida por el columnista ha sido amplia y solo se explica por dos razones: la una por su condición de ser un miembro de la familia de un expresidente y la otra por la magnitud de la calumnia. No ha sucedido lo mismo con otros periodistas, que han enfrentado solitariamente sus persecuciones y algunos de ellos han llegado hasta perder la vida por lo que han opinado.

Samper Ospina es heredero de la dosis de humor, ironía y sátira de su padre. Tal vez sean estos los ingredientes que lo han convertido en uno de los más leídos columnistas del país.

A propósito de la sátira como instrumento político, el dramaturgo y Premio Nobel de Literatura, Darío Fo, escribe: “La sátira es el arma más eficaz contra el poder, el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos”. Y eso es lo que se percibe en el artículo denominado “Proclama antioqueña”, cuyos supuestos insultos a las áulicos del emperador, no son más que recreaciones de sus propios desatinos.

Esta polémica no debe quedarse en un show mediático, debe por el contrario, convertirse en una exigencia a la justicia para que haga respetar “el derecho de opinión” y los políticos comprendan que el debate público, es un escenario de argumentaciones y no de calumnias.

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