Adiós a la tía Chema

libardo Vargas Celemin

La tía Chema partió como vivió, con mucha discreción. Me dicen que fue hace unos días y es tanto el dolor que siento, que he vuelto a escuchar su voz carrasposa y enfática hablándome de la historia de este país, que ella quiso tanto y cuyos habitantes no la escucharon, o simplemente prefirieron ignorarla, porque sus frases lacerantes tenían el poder de desgarrar las conciencias y a veces, hacer florecer con sus palabras la fuerza desbordante de la solidaridad con los desposeídos.

De ella se pueden decir tantas cosas, pero dejemos que Neruda nos preste una estrofa, que bien pudiera ser la síntesis de su vida: “No compré una parcela del cielo que vendían/los sacerdotes. Ni acepté tinieblas/ que el metafísico manufacturaba/para despreocupados poderosos/. Solo entregó su vida a otear un futuro más benévolo para miles de seres elementales, mientras los sabuesos del régimen la buscaban para silenciar su prédica.

Recorrió trochas y caminos anónimos de este país, para compartir el frío y las precariedades de los humildes y sembrar en cada surco la esperanza por una patria libre de tiranos y en donde el grito de cada sindicalista exigiendo sus derechos, incomodara la siesta de los mercaderes del sudor y de la sangre, que tasan sin contemplaciones el mísero salario.

Entró a los talleres donde las manos callosas aplaudieron sus arengas; visitó las carpas de los desterrados donde los rostros famélicos sonrieron con el fraterno gesto de su apoyo irrestricto y se ubicó frente a los atriles a leer sus reflexiones, con el entusiasmo de quien está convencido de la justeza de sus análisis.

A los apartamentos humildes donde vivió, llenos de libros y huérfanos de muebles y de lujos, asistimos muchos con sed y hambre de conocimiento y entre tazón y tazón humeante de café cerrero, aprendimos a mirar el mundo de distinta forma y a descubrir los intríngulis del poder.

La diáspora de la vida nos llevó por distintos senderos. Algunos, muy pocos, por cierto, escogieron el fácil camino de la traición de clase y el acomodamiento a las circunstancias, mientras que otros jamás hemos olvidado sus principios.

La tía Chema no ostentó título distinto que la de maestra y luchadora popular. Había nacido en Chaparral y su nombre completo muy poco importa, porque solo va a figurar en la historia como constructora real de la conciencia política de muchos colombianos, que la llevamos tatuada en la memoria por siempre y la hemos erigido como la heroína de mil batallas, de esas que no aparecen en los anales oficiales de los vencedores.

Para la Tía Chema no habrán minutos de silencio, pero si tendrá perennemente la algarabía de la gratitud, por habernos hecho seres más humanos y sensibles.

lcelemin2@gmail.com

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