No pudieron silenciar el “Canto del general”

libardo Vargas Celemin

El 23 de septiembre de 1973, los escombros humeantes de la casa de la moneda seguían aún testimoniando la brutalidad de los gendarmes chilenos; la foto de Salvador Allende con casco y metralleta recorriendo los pasillos de la Casa de la Moneda, continuaba inundando las páginas de los periódicos del mundo; las estaciones de radio se atrevían a decir que el Estadio Nacional de Santiago de Chile se había convertido en la cárcel más grande del país, cuando de pronto se dio la noticia más triste para la poesía Latinoamericana: Pablo Neruda había muerto en una clínica de Santiago.

Inmediatamente la Junta Militar sacó un comunicado donde hablaba de que el deceso se había producido como consecuencia del cáncer de próstata que lo venía aquejando y se citaba un aparte del Acta de defunción, donde se afirmaba que había muerto por una “caquexia cancerosa”. Desde ese mismo instante intuimos que lo habían asesinado directa o indirectamente y en estos días, 44 años después, tenemos la certeza científica de que Neruda no murió por esa causa, sino por otra que sigue en estudio y que se dará a conocer en los próximos meses.

Los científicos de distintas nacionalidades que llegaron a esa conclusión lo hicieron ante la demanda de Manual Araya, el conductor y amigo de Pablo Neruda, que estuvo los últimos días con él y lo vio muy recuperado, de aceptable semblante, pero jamás moribundo y menos por hambre. Igual lo vieron varios fotógrafos que tomaron las últimas expresiones del cadáver y dan fe de que no presentaba ningún síntoma de desnutrición.

Matilde Urrutia, su compañera, quien según el poeta “trajo para mí todas las raíces, todas las flores, todos los frutos fragantes de la dicha”, sabía cuál había sido la causa de la muerte del escritor y político chileno, Premio Nobel de Literatura 1971.

El mismo Pablo la había llamada desde la clínica el 23 de septiembre y le había dicho, exaltado, que un doctor le había aplicado una extraña sustancia en el estómago. Horas más tarde moriría el hombre que hizo de la poesía, el visor infinito para contemplar el mundo y llenarlo de amor y de metáforas.

La Junta Militar se encarnizó contra Pablo Neruda. Tan pronto dan el golpe allanan su casa de Santiago. Neruda les grita desafiante “Miren por todas partes, solo encontrarán una cosa peligrosa para ustedes: La poesía”. Y los milicos chilenos creyeron que inyectándole “estafilococo dorado”, como parece que fue la bacteria con que le quitaron la vida, iban a lograr hacer desaparecer sus libros, cuando lo que lograron fue transformar los melosos versos de veinte poemas de amor por un sentimiento más universal, el amor por la humanidad.

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