Las encuestas que nunca se hacen

libardo Vargas Celemin

A la par de los discursos, las entrevistas y los registros noticiosos de candidatos a todos los cargos de elección popular, se desarrolla una confrontación silenciosa. Se trata de las encuestas de opinión que tanto trasnochan a aspirantes, medios de comunicación, directivos de campañas, aportantes y aun a muchos apostadores que no pierden la oportunidad de probar suerte en la ruleta de la politiquería.

Las encuestas de opinión son realmente nuevas, aparecen como desarrollo del capitalismo con las investigaciones de mercadeo, por ejemplo, se tiene noticias de que en 1899 los dueños de la cervecería inglesa Guinnes, la más grande del mundo, hicieron una consulta para establecer cuáles eran las opiniones de sus consumidores, para generar cambios encaminados a su satisfacción.

Es a partir de 1936 que se entronizan las encuestas de opinión como insumo para las elecciones y fue precisamente en Los Estados Unidos que la revista Litery Digest realizó una muestra entre 2.3 millones de votantes para la presidencia en la que dieron como ganador al candidato del Partido Republicano, mientras George Gallup hizo otra con solo cinco mil participantes, pero con técnicas más depuradas que acertaron al dar como ganador a Roosevelt.

Aunque el avance de la Estadística y otras disciplinas auxiliares han aportado al perfeccionamiento de las encuestas, no falta el llamado “palo” o sorpresa en algunos eventos o las tergiversaciones tendenciosas y arbitrarias que obedecen, generalmente a la presión de grupos de gran poder económico. Aunque existe profesionalismo en este tipo de trabajos, no se descarta que también existan los carteles de las encuestas.

Pero al margen de este espíritu tahuresco, las encuestas pueden constituirse en una muy buena radiografía de las prácticas, vicios, perversiones y podredumbres del sistema electoral en que ha caído la democracia. Qué tal si las encuestas hechas en el país preguntaran a los votantes, por ejemplo, ¿Cuánto le dieron por el voto? Eso le permitiría al Dane rebajar las cifras del índice de desempleo; al gobierno reajustar el recaudo de ganancias ocasionales y a muchos malos ciudadanos recibir, al menos un subsidio electoral.

Las cifras reales sobre las necesidades básicas insatisfechas podrían salir de una pregunta tan simple como: ¿De las siguientes necesidades cuáles le ofrecieron solucionar si votaba por determinado candidato: ¿cupo en colegios, en universidades, empleo para usted o un familiar, una casa propia, una intervención quirúrgica en su EPS, alcantarillado para su barrio, otras?

Como es lógico este tipo de encuestas no interesan a los grupos de poder, y menos a las entidades de control. Si alguien las hiciera, sus resultados jamás se publicarían por constituir “un secreto de Estado”. No importa, todos sabemos que las elecciones en Colombia son un burdo simulacro de democracia.

lcelemin2@gmail.com

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