La degradación de la democracia colombiana

libardo Vargas Celemin

Por estos días en que la democracia colombiana ha mostrado sus distintos rostros de degradación, he recordado las clases de Instrucción Cívica, en la que el profesor Monroy, en la Granja de Chapetón, hacía esfuerzos supremos para que nosotros memorizáramos consignas, con las mentiras piadosas con que el Frente Nacional trataba de consolar al pueblo colombiano por su estruendoso fracaso.

Teníamos que escribir en el cuaderno de cincuenta hojas frases de las que nos sentíamos orgullosos: “Colombia tiene la democracia más antigua de Latinoamérica”.

Lo que ocurrió la semana anterior en el Senado me puso nostálgico y me transportó a los famosos coliseos de lucha libre del pasado, donde Rayo de Plata, el Tigre colombiano, Santos, Huracán Ramírez y otros, se liaban en combates “donde todo valía”. Sonaban las campanas y los luchadores (con un arsenal de trucos), se trepaban a las cuerdas, se impulsaban y literalmente volaban sobre los contendores derribándolos con sus aparatosas caídas e inhabilitándolos con llaves maestras, mientras los árbitros realizaban el conteo.

El Senado revivió esta pantomima la semana anterior. Llegaron con máscaras para esconder su hipocresía y hablaron de su “compromiso ineludible con la paz del país”, pero pronto, a una señal de sus entrenadores, cumplieron sincronizadamente la consigna de retirarse a tiempo para acabar con el quórum y evitar que se aprobaran los artículos de la Justicia Especial de Paz.

Estos nuevos luchadores de un deporte en vía de extinción sacaron a relucir toda su capacidad marrullera y lograron mantener contra las cuerdas a la representación del gobierno, que, por momentos, se sintió ahogada, pero finalmente logró salvar los estropeados artículos, llenos de enmiendas, gracias a la mermelada invisible que tienen en el botiquín gubernamental para casos de emergencia como estos.

Cuando estaba seguro de que no habría más desprestigio, aparecieron los datos de la “Consulta popular del partido liberal”. Los paupérrimos resultados dejaron al partido como una minoría mendicante, gracias a sus luchas intestinas. Fue tal la indignación de muchos colombianos, por el despilfarro de los recursos del Estado que, Jota Mario, el presentador de la televisión, lanzó una diatriba inusual contra esta actividad, que aritméticamente nos costó 55 mil pesos por voto, a quienes pagamos impuestos. ¿Qué ira a decir Jota Mario cuando lea el Informe del Contralor, sobre los contratos para la alimentación de los niños en Cartagena, donde se pagaron pechugas de pollo a cuarenta mil pesos?

Desafortunadamente en las próximas elecciones las ovejas del redil (léase: masas sin cultura política) elegirán a los mismos asaltantes del erario, mientras una muchedumbre mayoritaria, pero indolente e insolidaria, con su abstencionismo continuará patrocinando a tanto delincuente en el poder, los mismos que seguirán gritando orgullosos que “somos la democracia más antigua y sólida de Latinoamérica”.

lcelemin2@gmail.com

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