Una sonrisa para el poeta

libardo Vargas Celemin

“De estatura mediana/con una voz ni delgada ni gruesa/hijo mayor de un profesor primario/ y de una modista de trastienda/, así se definía este poeta que murió en el amanecer del pasado martes, luego de haber trasegado 103 años entre los mortales. Fue un escéptico que escribió y dibujo versos, pero también un profesor de física que combinaba los números con las palabras hasta encontrar el punto de eclosión de sátiras e ironías y evitar así que sus lectores se murieran de hastío.

“Ayer/ de tumbo en tumbo /hoy/ de tumba en tumba “, siempre desafiando el poder, los credos y la estulticia humana, burlándose de sus frases lapidarias, reinventando el lenguaje popular y convirtiéndolo en instrumento desmitificador e iconoclasta que hacía sonreír o rabiar a quien se atreviera a leer sus versos, llenos de humor sardónico. Murió en Las Cruces, un balneario a más de cien kilómetros de Santiago de Chile, cerca de la casa de Neruda en Isla Negra y un poco más lejos de la tumba abandonada de Huidobro.

Debió sonreír en el último instante de su existencia y tal vez le dio “Gracias a la vida” con los hermosos versos de la canción que compusiera su hermana Violeta.

“No soy un poeta político, no soy un poeta que trabaja con ideas ni sentimientos. Yo no sé con qué demonios trabajo”., le dijo en una entrevista a Mario Benedetti y le confesó sus sufrimientos ante las guerras y la miseria a que han condenado a nuestros pueblos. Tal vez fueron estas preocupaciones las que despojaron de todo lirismo sus versos y lo llevaron a experimentar con el juego de palabras o con las asociaciones de fotografías, composiciones pictóricas y otras imágenes visuales que lo emparentan con los caligramas de Apollinaire y los ensayos de la poesía creacionista de Huidobro.

“De aparecer apareció /pero en la lista de los desaparecidos”, esta especie de retruécano con toda su carga de mordacidad lo escribió para dar cuenta de esas páginas negras que escribieron las dictaduras militares del cono sur y que en su país llevaron a la muerte o al exilio a miles de compatriotas. Versos de esta factura tienen la doble intencionalidad de lograr la denuncia por una parte y el sarcasmo por la otra, como una manera de devolver simbólicamente los agravios.

“La tortura no tiene por qué ser sangrienta/ a un intelectual por ejemplo/ basta con esconderle los anteojos”, les escribió a los verdugos chilenos, como una forma de burlarse de su cobardía e intolerancia y de enrostrarles lo pueril de sus procedimientos.

Se nos fue el poeta, el demiurgo Nicanor Parra, pero nos dejó una advertencia irónica:

“Si destruyen el mundo,

¿creen que voy a volver a crearlo?”

lcelemin2@gmail.com

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