La dialéctica del odio y la calumnia

libardo Vargas Celemin

Estamos asistiendo a la más mediocre campaña política de los últimos tiempos, mientras el país se deteriora institucionalmente y el pueblo se hunde en un pesimismo peligroso, que le abre camino a la opción irresponsable que impulsan los “politiqueros”, cargada del odio y carente de una verdadera reflexión que nos comprometa con el futuro del país.

Da grima escuchar esos discursos, con sus frases mesiánicas y sus prácticas perversas, que solo buscan continuar pelechando del erario y atesorando riquezas a costa de la pauperización del pueblo. Ellos son los azuzadores de una violencia que se gesta ante la inequidad, el desempleo, la falta de oportunidades y que el gobierno de turno intenta reprimir con la fórmula anacrónica e incoherente de reconquistar la calma, con el uso desbordado de las armas.

Resulta increíble la torpeza de un gobierno que, ante cada atentado contra la fuerza pública, pretenda solucionar el problema copando las calles de la ciudad afectada, con miles de efectivos en busca de los responsables, como si el discurso del diálogo hubiera sido borrado de su repertorio y sustituido nuevamente por los bombardeos indiscriminados, sin importar que la población civil y sobre todo, integrantes de los grupos étnicos, sean víctimas inocentes de un conflicto que no les pertenece. Igualmente son torpes quienes creen que matando policías van a lograr mejores condiciones para negociar, cuando en la práctica el impacto de estas acciones es el rechazo y el repudio generalizado.

Esta campaña electoral, paradójicamente se ha construido sobre las pautas diseñadas por la diabólica mente de J.J. Rendón, un asesor venezolano que, a diferencia del solemne paisano suyo, Manuel Antonio Carreño, el de las buenas maneras, logró convertirse en experto en subterfugios, triquiñuelas y vicios electorales, emparentados con el delito y, quien estuvo al servicio de las dos últimas campañas presidenciales y logró sembrar en la turba de aspirantes, con muy pocas excepciones, esa dialéctica perversa de la agresión verbal, la amenaza disimulada, la calumnia descarada y todo aquello que va dirigido a golpear el adversario en su imagen, sin argumentos, porque lo único que les importa es desprestigiar.

La sociedad civil debe exigirles a los líderes políticos que moderen su lenguaje, que propongan alternativas para la encrucijada del momento, para lograr acabar con la inequidad, la no inclusión, la inseguridad, la corrupción en todas sus modalidades. En otras palabras, deben asumir su papel o vamos directo a una grave crisis, no por influencias “castro-chavistas”, como estúpidamente plantean algunos, sino por la ineptitud de la clase dirigente y la pasividad del pueblo.

Como lo dice William Ospina “Colombia ha pospuesto demasiado tiempo la reflexión de su destino y la definición de su proyecto nacional” y esta responsabilidad nos compete a todos, sin exclusiones.

lcelemin2@gmail.com

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