Detengamos los vientos de la intolerancia

libardo Vargas Celemin

En la década de los años ochenta escribí para la presentación de una antología de canciones de protesta social, unas reflexiones que, al releerlas hoy, no solo me vuelven a hacer sentir triste y dolido, sino que también me generan esa impotencia de haber transcurrido casi veinte años y estar asistiendo al tránsito del país por los mismos caminos de la intolerancia y del terror, empujados por parte de los actores de siempre.

Algunas frases escritas, con un sentido metafórico, hablaban de la situación violenta que se vivía y que comienza a parecerse a la de ahora. Decía por ejemplo “Porque los vientos del odio laceran nuestros rostros y oscuros enemigos nos roban el horizonte, nos hacen florecer la muerte en los caminos y en las calles, es necesario cantar”.

Hablaba de cantar, aunque también hubiera podido decir: pintar, danzar, escribir, tocar, en otras palabras, abrazar el arte como posibilidad de recrear lo prosaico con imaginación para lograr trascender la cotidianidad asfixiante y proponer maneras distintas de observar y sentir la vida, con fantasía y creatividad, para lograr enfrentar las pasiones enfermizas que nos acercan al salvajismo y nos alejan del humanismo y la racionalidad.

Los estallidos de las bombas en las ciudades nos dejaban atónitos y las escenas que los medios nos mostraban con toda su crudeza, hoy parecen haber sufrido una metamorfosis, solo tenemos el eco de los disparos oficiales lanzando ráfagas sobre los indígenas del Chocó o los campesinos de Tumaco, mientras la insurgencia combina las fórmulas para sembrar el terror en los cuarteles, en un ejercicio cruento que degrada sus convicciones y los emparenta con los oscuros actores del sicariato y la delincuencia urbana.

Las alternativas para hacer de este país un espacio vivible y lleno de oportunidades está en nosotros mismos, en la toma de conciencia de la situación. Debemos rechazar a quienes pretenden manipularnos siempre, por eso hoy todavía creo en estas palabras, que si bien las escribí, no son exactamente mías, porque me fueron dictadas por las voces de hombres y mujeres que esperan un cambio y que están dispuestos a “cantar para deshipotecar el pensamiento, para que la tristeza de los desposeídos se vuelva un himno jubiloso: cantar para que el terror se espante y regresen a casa quienes fueron obligados a partir” y con ellos derrotaremos el miedo.

Ahora más que nunca debemos exigirle a los “mercenarios de la patria y de la fe, que silencien sus aullidos”, porque ha llegado el tiempo para que las nuevas voces entonen los cánticos de la tolerancia y la equidad, para detener los vientos que arrasan a líderes sociales y a desmovilizados para impedir la construcción del país que siempre hemos soñado.

lcelemin2@gmail.com

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