Renace la ilusión

libardo Vargas Celemin

Hoy quiero escribir desde la emoción, porque siento que otra vez se adelgaza la sangre; una euforia repentina se instala en la mirada; una esperanza resuena en el ambiente; un grito de gol se acuna en los tímpanos de la afición “Pijao” y acude a la memoria aquel anochecer del 21 de diciembre de 2003, en el Pascual Guerrero de Cali, cuando Artigas cobra el penal definitivo que se convirtió en una estrella de cinco puntas y se instauró, solitaria en el escudo, llenándonos de un orgullo que después de quince años seguimos disfrutando.

Desde entonces, en tres ocasiones hemos estado a punto de hacer estallar las gargantas gritando una palabra llena de magia: ¡Campeón! Y nos hemos tenido que conformar con el segundo puesto, que nos ubica como uno de los equipos con mayor número de subtítulos del rentado nacional; además de un premio de consolación al obtener el Campeonato de la Copa Colombia del 2014. Sin embargo, cada año, como el ave fénix, el equipo renace y con él la ilusión de llegar a la fase final y conseguirle compañía a esa estrella que no hace sino resplandecer.

El fútbol es pasión, lo dicen los entendidos en el tema; lo repiten los neófitos; lo rechazan ciertos intelectuales; lo explican los profesionales del comportamiento humano; lo condenan algunas sectas y hasta uno que otro ídolo se considera un verdadero dios con militancia a bordo. Este deporte, no se puede negar, dejó hace rato de ser una idílica confrontación de sudor y músculo, para convertirse en una descomunal empresa capitalista, pero no es hora de entrar en debates, ni de generar promesas, se trata de rescatar ese halo especial que sirve como elemento cohesionador de identidades y gestor de aspiraciones colectivas, para combatir males mayores de la sociedad. Como lo dijo un día el papa Francisco, “El fútbol es bueno para el espíritu colectivo”.

Si bien es cierto en la plantilla del Deportes Tolima escasean los deportistas nacidos en este terruño, no podemos desconocer que la condición de profesionales de quienes visten los colores vinotinto y oro han dado muestras de entrega y compromiso. Aunque la lógica sería que se combinara la nómina con futbolistas formados en las canteras nuestras, por ahora debemos centrarnos en ese grupo de guerreros que, en palabras de la retórica de los narradores deportivos, defienden la tribu Pijao. Esperamos que sean ellos los que, como en el pasado, nos entreguen estas satisfacciones.

Se trata pues de que aprovechemos la sana embriaguez del triunfo; que rodeemos el equipo y asistamos masivamente al Estadio de la 37, porque parafraseando a Eduardo Galeano, no hay nada más solitario que un estadio vacío, no hay nada menos mudo que las gradas sin nadie.

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