“La borrasca” de Ituango

libardo Vargas Celemin

En el prólogo a su libro “Crónicas de un inminente etnocidio en el “Cañón del río Cauca”, publicado en el año 2012, Jorge Eliécer David Higuita hace la siguiente reflexión: “Ciudades iluminadas a costa de “estrangular” al río Cauca, de taponar el precioso “Patrón Mono” y de propiciar la extinción de plantas, animales y culturas que no tendrán otra oportunidad sobre la tierra.

¡Réquiem por este río que lleva miles de años danzando por entre valles y peñoleras! ¡Réquiem por este río y aleluyas a la técnica, que por sólo 50 años de vida útil sacrificará los millones de años de vida que aquel ha tenido!”.

Ocho años después comienzan a verse los desastres ambientales del proyecto, adelantado con las trapisondas de siempre, ocultando el impacto negativo y exagerando las bondades de una obra que, una vez concluida, generaría el 17% del consumo nacional a costa de la extinción de las guacamayas del hermoso cañón, de los barequeros que sacan el oro sin envenenar las aguas, de los pescadores y campesinos que dan sustento alimentario a los descendientes de Nutabes, Katios e Ituangos, entre otros.

A la orgullosa EPM se le desplomó su discurso de convertir la zona en un epicentro turístico. El taponamiento de uno de los túneles de desvío del Cauca y su posterior desborde dejó en claro que la naturaleza tiene sus mecanismos de defensa y que la memoria de los indígenas y campesinos asesinados por oponerse a este desastre y no vender sus tierras, ahora deben ser reivindicados por la justeza de sus posiciones.

La creciente que inundó a Puerto Valdivia es solo un aviso de lo que puede pasar. El desconcierto de quienes en el pasado hablaban con seguridad del proyecto, ahora es evidente ante “la situación inexplicable”, mientras el agua rebelde se sumerge por entre las raíces de las montañas, socava las paredes de hormigón, inhabilita las enormes turbinas y anuncia nuevos derrumbes.

Con la presencia de Hidroituango en esta región, la existencia de los pequeños caseríos se transformó, al igual que lo ocurrido en Macondo, con la llegada de la Compañía Bananera, sólo que el fenómeno recibe otro nombre.

“La Hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte. En menos de un año arrojó sobre el pueblo los escombros de numerosas catástrofes anteriores a ella misma, esparció en las calles su confusa carga de desperdicios”, escribió Gabo.

Hoy, más que nunca los ambientalistas, con dolor por la pérdida de un río y la cultura de un pueblo, reafirman que sus advertencias no eran para frenar el desarrollo, sino para prevenir, lo que los habitantes han dado en llamar, la borrasca.

Lcelemin2@gmail.com

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