Héctor Sánchez, un escritor que se la jugó toda contra el mundo

libardo Vargas Celemin

Quienes nos asomábamos a la literatura en la década del setenta del siglo pasado, con la pretensión de volvernos algún día en escritores, conocimos a Héctor Sánchez a través de la mediación entusiasta de Carlos Orlando Pardo, quien siempre nos informaba sobre el periplo de Héctor por México, Santiago de Chile y más tarde por Barcelona, lugares desde los cuales se dio a la tarea de la remembranza de los espacios y personajes tropicales que había dejado atrás, para convertirlos en héroes y anti héroes de una densa obra de más de quince títulos.

Este autor, nacido en el Guamo en 1940, pernoctó en Ibagué por algunos años donde fue locutor, maestro de escuela, director de teatro y finalmente, ante la precariedad de los espacios culturales en la ciudad de la música, viajó a Bogotá y luego a Ciudad de México, donde comenzó a publicar novelas y a proyectarse por Latinoamérica. Gana la última versión del Premio Esso de novela y años más tarde publica otra con el título de “Sin nada entre las manos”, que es llevada a la televisión colombiana con el prosaico nombre de “El Faraón”.

Entre los años 70 y 80 se dio una especie de diáspora de escritores colombianos especialmente a Barcelona. Allí se concitaron once autores. Entre otros Héctor Sánchez, Carlos Perozzo, Óscar Collazos y Manuel Giraldo Marín.

Todos ellos desde el exilio voluntario produjeron más de cien libros de distintos géneros. Esa época de la que, algún día me dijo Héctor estaba adelantando un ensayo, fue muy significativa para él.

En un escrito planteó “Con Carlos Perozzo aprendimos a vivir y a morir, sometidos siempre a la festividad irresponsable de aquellos años de la inolvidable Barcelona. Veinte años de agitación vitalista, de escritura sin notarios, pero hecha con la mano intensa y despiadada de los escritores que se la juegan contra el mundo”.

Regresó al Tolima y se encontró con amigos como Carlos Orlando Pardo que se convirtió en su mecenas y Benhur Sánchez, los tres realizaron una tertulia permanente donde la literatura siempre fue la única invitada de honor. Aunque recibió uno que otro homenaje y reconocimiento, jamás concilió con nadie su personal visión de la política y de la administración pública. Con cierta arrogancia se consideraba ciudadano del mundo y defensor, como el viejo manchego, de principios que hoy pueden considerarse anacrónicos.

La partida del escritor que supo elevar a la condición universal, las trivialidades de los calentanos del sur del Tolima y del “pueblo caluroso, de calles polvorientas y casas viejas” ha debido tener un mejor desenlace. Ahora solo nos queda reivindicarnos con su memoria y hacer de su obra una lectura interminable.

lcelemin2@gmail.com

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