Si se calla al cantor…

libardo Vargas Celemin

Nadie puede acallar, y menos en nombre de la democracia, a un artista por sus amistades y simpatías políticas. Por ejemplo, todo cantante tiene la libertad de actuar en los escenarios que desee, previa negociación con los organizadores del evento, sin que le establezcan censuras que vayan contra sus propios principios y sobre su visión particular del mundo. Los gobiernos deben velar por el cumplimiento de este principio universal.

Por otra parte, Colombia y Venezuela han tenido una estrecha relación en distintos campos. Hicieron parte de la Gran Colombia y sus nexos se hunden en los terrenos de una historia común, por eso resulta incomprensible que se estén generando sentimientos de odio y exclusión con aquellos artistas que figuran como amigos del régimen chavista.

El primer afectado fue el cantante venezolano de heavy metal Paul Gillman, quien fue anunciado como participante del “Rock al parque”, hace unos meses, pero vetaron su actuación por “su cercanía con Hugo Chávez”. Con este mismo argumento recientemente el director de Migración Colombia Kristian Kruger anunció que Omar Enrique Gele, llamado en Venezuela “El príncipe del Merengue”, quien tenía un contrato para actuar en los carnavales de Barranquilla, no podía circular por el territorio nacional, por su relación con Nicolás Maduro y agregó que Geles era uno de los responsables de haber “violado los Derechos Humanos del pueblo venezolano” y recalcó que “era hora de que pagara las consecuencias de sus actos”, Esta afirmación resulta temeraria, porque los fuelles del acordeón, los golpes de las cajas y el ritmo de las guacharacas, no son fusiles, sino los instrumentos que han hecho bailar y cantar a miles de personas en el mundo, así como la guitarra del chileno Víctor Jara no disparó balas, sino el sentimiento de libertad de un pueblo oprimido.

La actitud del gobierno colombiano frente a las intenciones de los Estados Unidos para derrocar a Maduro es un hecho que preocupa, pues una intervención militar como la que ya se anuncia tendría efectos directos sobre nuestra soberanía y sobre las relaciones futuras con nuestros hermanos, con quienes hemos transitado, desde la época de Bolívar, los caminos de la autodeterminación con todas las vicisitudes que ha implicado mantener nuestra dignidad.

Condicionar el arte a la política y determinar que el rock o las canciones tropicales son un peligro para la democracia han hecho parte, con algunas modificaciones, de los primeros pasos que han dado regímenes totalitarios y los han llevado a cometer las peores masacres vividas por la humanidad.

Debemos evitar que las voces de los artistas venezolanos se silencien en nuestro territorio, porque, como lo dijo Horacio Guaraní: “Si se calla el cantor calla la vida/porque la vida misma es todo un canto”.

lcelemin2@gmail.com

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