El fútbol, más que pasión y fanatismo

libardo Vargas Celemin

Al ver fútbol experimento la misma sensación que cuando veo una buena película, me emociono y, aunque no arraso con todo como las barras bravas, ni me rasgo las vestiduras como los locutores radiales, si se me acelera el pulso y tengo que calmarme, respirar profundo y pensar que este deporte no es otra cosa que un juego y los juegos, juegos son.

Aunque sea la disciplina multitudinaria del planeta, han sido varios los intelectuales que han emitido sus venenosos comentarios y pese a que soy adicto a sus versos y narraciones sigo viendo ese entretenimiento, porque mis articulaciones ya no me dan para más. Discrepo de Borges cuando afirmó que el fútbol es popular, porque la estupidez también lo es, pero lamento que no haya tenido la fortuna de ver un partido completo con un gol magistral de Maradona incluido. Tampoco le doy la razón a Mutis, uno de mis poetas y novelistas predilectos cuando sarcásticamente habló de los estadios como burdeles de la gloria, porque en esa frase subyace toda una carga de exclusión y racismo.

Comparto la defensa que hace Eduardo Galeano del fútbol, cuando dice que este “ocupa un lugar importante en la realidad, a veces el más importante de los lugares; aunque lo ignoren los ideólogos que aman a la humanidad, pero desprecian a la gente”.

El futbolista generalmente sale de los guetos de miseria o de olvidados pueblos y se enfrenta a una tarea titánica. Se vuelve ídolo sin haber podido asimilar su nuevo estatus, y es arrastrado por el ciclón de la publicidad y los medios de comunicación que desembocan en el consumismo. Es el nuevo esclavo donde los amos de la Fifa y su urdimbre de clubes tazan el valor de su fuerza de trabajo y cuando sus capacidades para driblar y enloquecer a los espectadores ya no son las mismas, lo abandonan como cualquier mueble inútil.

Muchos condenan el fútbol por, supuestamente propiciar la violencia en estadios y calles de las ciudades, sin detenerse a pensar que las hordas de jóvenes excluidos del campo laboral, de la posibilidad de estudiar o de cumplir sus sueños y aspiraciones, estallan emocionalmente y actúan en forma irracional. Galeano lo sintetiza: “El espejo no tiene la culpa de la cara, ni el termómetro tiene la culpa de la fiebre”. Esto no significa que estemos haciendo apología de estos comportamientos y, por el contrario, queremos que se erradiquen.

Hay que ver el fútbol también como una posibilidad de aprendizaje para convertir cada polémica en un escenario de discusión civilizada, pues su práctica, si bien se hace con los pies, se requiere de inteligencia, destreza física, compromiso ético y juego limpio, como lo dicen los locutores.

lcelemin2@gmail.com

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