Los herederos de Quintín Lame

libardo Vargas Celemin

En el libro de ensayos “América Mestiza”, William Ospina nos habla de que “los pueblos indígenas americanos fueron diezmados por unas culturas convencidas a ciegas de su superioridad”. Este imaginario todavía pervive en nuestras sociedades, compuestas mayoritariamente por blancomestizos, que siguen manteniendo esa actitud arrogante frente a las comunidades indígenas y los gobiernos continúan desconociendo sus derechos y reprimiéndolos. Sin embargo, estos pueblos se mantienen en su lucha milenaria por rescatar sus territorios y alcanzar el respecto a su cultura.

El mejor ejemplo es el bloqueo a la carretera Panamericana que se adelanta, pues así no se comparta plenamente por su implicación humanitaria, tampoco se puede aceptar que la ciudadanía se dedique a responsabilizar a los indígenas por estar exigiendo sus derechos ante la sistemática violación de acuerdos y responsabilidades por parte de los gobiernos, con la complicidad de los medios de comunicación que se limitan a informar sobre las pérdidas económicas, y olvidan las razones por las cuales colombianos humildes se han levantado y resistido tantos días.

La minga, cuyos orígenes se remontan a las épocas precolombinas, se ha convertido en la expresión máxima de la resistencia contra el enemigo que pretende arrasar su territorio y su cultura. En la primera década del siglo pasado, Manuel Quintín Lame le da una nueva dinámica a estas prácticas y las llama “mingas adoctrinadoras”, esta nueva herramienta, definida por el estudioso Diego Castrillón Arboleda como: “reuniones políticas dirigidas a reflexionar sobre la costumbre andina de festejar el trabajo comunal”, conserva entre otros los principios de la solidaridad, colaboración, trabajo en equipo y amor al terruño.

Quintín Lame, indígena terrajero (el que pagaba con trabajo gratuito dentro de la hacienda en que vivía, el derecho a tener una parcela), se da a la tarea de visitar casa a casa a los integrantes de las comunidades indígenas del Cauca, Nariño, Valle y posteriormente del Huila y del Tolima, para explicarles la condición de abandono y el incumplimiento de las leyes redactados por los propios blancos (Ley 89 de 1890, que les dio condición de ciudadanos) y desconocida por terratenientes y sociedad en general. Este trabajo desemboca en las grandes marchas para defender los resguardos, y su condición de colectividades autónomas.

Quintín Lame, vilipendiado, encarcelado, torturado, acusado de muchos delitos y libre porque no podían probarle ninguno, dedicó su vida a luchar para que sus pueblos algún día recuperen las grandes extensiones arrebatadas por los terratenientes y sus descendientes, los mismos que hoy encabezan el rechazo a este movimiento de profundas raíces históricas.

Desde el cerro de los Avechuchos, en Ortega, el espíritu del “indio que jamás se arrodilló” debe estar contemplando alborozado como sus herederos enarbolan las mismas banderas que él agitó en el pasado.

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