Cinco años de soledad

libardo Vargas Celemin

Ochenta y siete años después, frente a un pelotón de médicos y enfermeras, el escritor más grande que ha dado Colombia, debió recordar el día en que terminó de leer la metamorfosis de Kafka, y quedó deslumbrado por todas las posibilidades que se le abrieron para narrar las historias que su abuelo Nicolás le contaba cuando niño.

Ese jueves Santo, 17 de abril del año 2014, partió hacia una nueva dimensión el primer colombiano en ganarse un Premio Nobel de Literatura (1982) y dejarnos muchos libros que han recorrido el mundo entero, contando de la mejor manera posible, nuestra historia e idiosincrasia y convirtiéndose en un autor, como lo dice William Ospina: “diestro y fascinante, con un dominio extraordinario del arte de contar y un control absoluto de sus argumentos”.

García Márquez pobló de personajes inolvidables la novelística Latinoamericana. El coronel Aureliano Buendía y sus treinta y dos guerras perdidas; Úrsula Iguarán, la matrona eje de la familia Buendía y de todo un pueblo; Melquiades, el gitano que garrapateó en unos pergaminos premonitorios la historia de una familia y de un pueblo caribeño; el coronel que sigue esperando todos los viernes la carta donde le reconozcan su pensión; el general que se muere entre los escombros de su palacio derruido; el desinformado Santiago Nasar y sus victimarios, el Florentino Ariza, el amante que supo esperar y tantos otros personajes que deambulan por esas miles de páginas publicadas.

Gabo creó a Macondo, una ficción que se parece a cualquier pueblo latinoamericano, con sus mismos conflictos, su cotidianidad asfixiante, pero también con ese “realismo mágico” lleno de hipérboles, de mariposas amarillas, de un humor que produce sonrisas, pero nos lleva a una profunda reflexión de lo que hemos sido en este país, donde los vagones de los trenes dejan de llevar racimos de banano, para transportar ramilletes de cuerpos donde florece la muerte.

El nobel tuvo tres amores y una pasión. Desde temprana edad abrazó la literatura y se empecino en reconstruir las historias que escuchaba de sus mayores. Cultivó la novela y el cuento, demostró que entre el periodismo, su segundo amor, y la escritura de textos literarios no hay más que puentes y vasos comunicantes.

Su tercer amor fue el cine, ya como guionista, como crítico, o instructor de los nuevos cinéfilos. Su pasión fue la política y la ejerció con diplomacia, se codeó con líderes mundiales, sin ocultar sus convicciones y estuvo siempre abogando por los desposeídos de poder y de esperanzas.

Son cinco años de soledad física, pero la estirpe de sus lectores no estará condenada a cien años de silencio, porque seguiremos disfrutando de su legado, como una segunda oportunidad que nos brinda la vida sobre la tierra.

lcelemin2@gmail.com

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