Un fallo que rescata la voz del río Combeima

libardo Vargas Celemin

Casi siempre hay un río rondando en la memoria de todos los humanos, en la nuestra, es el Combeima que nos susurraba historias ocurridas en noches de brisas y de pocas nubes. Alumbrado por el titilar de las estrellas, nos regalaba el rumor de sus aguas entonando múltiples canciones, mientras los árboles se entrelazaban en una danza incansable que se enredada en nuestras pupilas.

Hoy, parece que hemos olvidado aquellas tardes en que deambulábamos por entre las piedras grises y en un pequeño remolino nos dejábamos acariciar por sus friolentas manos. Ese pasado idílico se evaporó y nos volvimos sordos a sus quejas y sin demasiada reflexión caímos en los tentáculos de poderosos monstruos que nos señalaron el camino de la destrucción, en aras del progreso.

La voz del río se fue perdiendo con el dolor por las llagas que en sus orillas han dejado la tala de los árboles, compañeros que dosificaban gota a gota su existencia. También prefirió callar sobre su condición de cloaca en que lo han convertido y del riesgo de ser correo de los efluvios de la muerte, con las pócimas que van a ser consumidas por los habitantes de la ciudad de la música.

Ante los nulos resultados de sus denuncias, el río optó por tomar acciones, entonces con toda su furia a cuesta se desborda y arrastra con lo que encuentra a su paso. Se calma luego y vuelve a su cauce normal, sin justificar sus ataques de ira y sin reparar las duras consecuencias que han generado sus crecientes. Después habla con la firmeza del reclamo, la amenaza y la convicción de que nos ha advertido lo suficiente y no hemos hecho mucho para calmar su dolor. Entre tanto, nos hemos vuelto sordos, les echamos la culpa a los demás y nos olvidamos de volver a sus riberas a escuchar sus relatos y sus quejas.

Sin embargo, pese a la dura condición que atraviesa nuestro río, todavía es posible su salvación. Pasos como el dado por Tribunal Administrativo del Tolima de ordenar el cese inmediato y definitivo de la exploración y explotación minera, reverdece la posibilidad de que nos volquemos a escuchar detenidamente sus voces, que palpemos sus aguas con confianza y que reflexionemos sobre el futuro de este hermoso paisaje que corre el riesgo de sucumbir ante la voracidad de quienes se creen dueños de la tierra y de la vida.

Este fallo nos obliga a convertirnos, no simplemente en guardianes, sino en verdaderos reconstructores del Combeima y alistarnos en las huestes que van a transformar el río, para que las nuevas generaciones nunca olviden su historia, dialoguen con él y lo traten como el verdadero amigo que es.

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