“Lloran, lloran los guaduales”

libardo Vargas Celemin

Recuerdo los ensayos que el profesor de música nos hacía en el patio del colegio, en mitad de la canícula del mediodía y amenazaba tenernos allí “hasta que rayara la luna, si no interpretábamos bien los himnos protocolarios y las melodías de Silva y Villalba”. A pesar de esta práctica, no hubo fobias por esas dos voces acopladas y, por el contrario, las repetíamos con entusiasmo y las guardamos en el mismo rincón de la memoria, muy cerca donde estaban los ritmos de “La Nueva Ola”.
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Esa música que le cantaba al paisaje, a idilios inocentes y actividades cotidianas, se instaló, como lo dice el maestro Zambrano: “en las tertulias familiares” y aún siguen haciendo parte del repertorio en las jornadas culturales y en actividades recreativas. Por eso la denuncia de la crítica situación que vive el último “Mariscal de la música colombiana”, produjo en mí un sentimiento de impotencia por la forma como les pagamos a los artistas.

Me parece escuchar: “Lloran, lloran los guaduales, porque también tienen alma”, de parte de ese hombre taciturno aferrado a la vida desde una silla de ruedas, mientras su esposa hablaba de ese camino tortuoso que ha recorrido para que le den una ayuda y él pueda vivir dignamente.

El caso de Álvaro Villalba es el vivo reflejo del artista que, a pesar de haber despertado la sensibilidad de generaciones y dejado una impronta en el folclor nacional, terminan abandonados por esta sociedad indolente que los considera, no como seres humanos, sino como objetos desechables que al no ser rentables son condenados al olvido.

Pero lo doloroso es que el Estado y las instituciones públicas y privadas, que de alguna manera son responsables de velar por los artífices de nuestras tradiciones, sean las primeras que niegan las posibilidades de ayudar a esos seres comprometidas con el arte en general, que han construido imaginarios y hacen parte, no solo del entretenimiento de los seres humanos, sino de las miradas, a veces críticas, de quienes solo tienen su voz, sus instrumentos y su mente para protestar.

¿Dónde están los funcionarios que hipócritamente le entregaron preseas de latón (oropel) en sentidas ceremonias?; ¿Qué han dicho los políticos que se valieron en algún momento de la popularidad ajena y prometieron leyes a favor de los artistas?; ¿Dónde están los empresarios que se lucraron con sus presentaciones? Y, dónde estamos los miles de ciudadanos que nos hemos divertido con el trinar de cuerdas y con las letras que interpretan Silva y Villalba? Todos debiéramos hacer un frente común para que los últimos días de este artista auténtico y su familia vean llegar tranquilos el paso final y no esté abandonado: “como los guaduales, a la orilla del camino”.

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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