El Covid-19 atenta contra nuestra salud emocional

libardo Vargas Celemin

En el año 2008 recorría con Jorge Ladino Gaitán, el “Paseo Ahumada” en Santiago de Chile, cuando de repente un hombre delgado, de baja estatura, seguido de una joven con un letrero, abrió sus brazos y avanzó hacia mí y antes de que yo reaccionara ya me había estrechado contra su cuerpo y me decía “tranquilo, no se preocupe, que un abrazo no se le niega a nadie”.
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La chica me entregó un plegable explicando su campaña, mientras Jorge no podía contener la risa al verme desorientado.

Me explicó que ellos hacían parte de un movimiento mundial para concientizar sobre el valor del abrazo.

Me interesé en el tema y leí que todo comenzó en el año 2004, en Sídney (Australia), donde Juan Mann, un joven que pasaba por una crisis depresiva, salió a la calle y en una esquina abrió sus brazos, comenzó a sonreírles a las personas que pasaban a su lado y a recibir abrazos.

Ahí nació “Hugs Free” (Abrazos gratis), que hasta ahora cumplía exitosamente su papel.

Esta campaña suscitó el interés de algunos investigadores. En varias universidades se adelantaron estudios con la conclusión de que un abrazo, entre otros efectos, libera neurotransmisores productores de oxitocina, sustancia que crea un estado de alegría; también favorece la lucha contra el estrés y la ansiedad; al igual que comunican emociones sin hacer uso de las palabras.

Al respecto la experta Marita Castro plantea: “Los homo sapiens somos seres emocionales y sociales, por lo que para nuestro bienestar físico y mental es muy importante el contacto con otras personas”.

En el pasado los abrazos se generalizaron en occidente, al igual que los besos en las mejillas y el apretón de mano, pero intempestivamente aparece Covid-19, una epidemia de un virus agresivo y la OMS, máxima autoridad en salud, recomienda transformar los gestos para interactuar, no solo en la intimidad de la familia, sino también con la comunidad y evitar el contacto directo, olvidando que la práctica de estos ritos han coadyuvado para mantener nuestro equilibrio, como seres sentipensantes (razón y emoción).

Como debemos contener al coronavirus, pues se trata de un peligro para nuestras vidas, debemos interiorizar esos saludos que nos alejan del otro y nos ponen a hacer cabriolas con los codos, las pisadas, el golpe del puño, las genuflexiones orientales y otras formas que nos impiden sentir el pálpito del interlocutor y percibir las vibraciones de nuestros cuerpos.

Lamento que ya no pueda estrechar a mi nieta, ni dar apretones de mano o palmotear la espalda de un familiar o un amigo, porque el coronavirus también está atentando contra nuestra salud mental y nos está privando de una de las más hermosas prácticas humanas: la ternura.

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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