Las protestas sociales globales

El mundo viene siendo sacudido este año por una serie de protestas sociales en diversos continentes, la mayoría protagonizadas por los jóvenes –pero no sólo por los jóvenes- y los motivos cambian de un lado a otro, aun cuando parecen tener trasfondos similares.

Iniciando el año, la ‘primavera árabe’, que ha llevado a resquebrajar varios gobiernos autoritarios de esa región del mundo –nadie se  imaginaría hace unos meses que el principal aliado de Estados Unidos en Oriente Medio, Hosni Mubarak, lo viéramos acudiendo a un juicio por sus delitos como gobernante-, pero que no necesariamente significa que haya claridad sobre la mejor calidad de los gobiernos que los están sucediendo. Luego veremos a los jóvenes griegos en la Plaza de Syntagma protestando por las medidas económicas que su Gobierno socialdemócrata estaba tomando dentro de las recetas de ajuste del capital internacional –sin aprender de casos como el argentino, donde el modelo de las políticas del FMI se colapsó a comienzos de este siglo- y los efectos que esto tendrá en términos de desmonte del Estado de bienestar, que ha sido uno de los orgullos del modelo de desarrollo europeo.

Posteriormente veremos a los ‘indignados’ del 15-M en la Puerta del Sol en Madrid y en otras ciudades españolas, protestando no solamente contra la calidad de la democracia, una democracia en la cual cada vez más los representantes no actúan en función de los representados, sino de los intereses de sus partidos y de demandas de ‘los mercados’, pero además, protestando por la falta de claridad acerca de su futuro como generación y como sociedad –esto es más profundo que el recambio de un partido de Gobierno por otro-. Más recientemente vimos las protestas –con expresiones de inusitada violencia- en el apacible Londres, que si bien tuvo como chispa el asesinato de un joven de color por una policía londinense, expresaban rabias y rechazos contenidos y asociados también a la propia incertidumbre de las sociedades contemporáneas.

En lo anterior, está como trasfondo no sólo la gran crisis capitalista del 2008, que sigue sin poderse resolver ni en la Unión Europea, ni en Estados Unidos, porque no se ha querido abordar con seriedad –el Estado solamente es utilizado para que subsidie las pérdidas del sector especulativo de la economía-, la crisis del modelo de democracia, que castra las posibilidades de participación ciudadana y la corrupción que campea en los sectores públicos y privados.  

En Suramérica la cosa no es diferente, los estudiantes chilenos –en el país que en los últimos tiempos se nos coloca como el paradigma a imitar- llevan tres meses protestando contra el sistema educativo universitario –calidad y costos-, herencia de la era de Pinochet y que implica tratar la educación simplemente como una mercancía más del mercado y no como un derecho básico ciudadano. Estas protestas tienen como antecedentes las protestas de los estudiantes de bachillerato en el gobierno de Michel Bachelet, los llamados ‘pingüinos’, igualmente por los temas de calidad y costos de la educación.

El gobierno del presidente Santos y su Ministra de Educación deberían tomar nota del caso chileno –del cual siempre son propensos a aprender nuestras élites políticas-, a propósito del proyecto de reforma de la Ley de Educación Superior, que justamente pretenden creer que los problemas de cobertura y calidad de nuestra educación superior se resuelven con introducir la lógica de mercado a la misma –las llamadas universidades con ánimo de lucro- y echar al traste un principio de nuestra Constitución y es que la educación –incluida la superior, por supuesto- es un derecho fundamental.

Ojalá no se esté generando allí un pretexto –como si faltaran en nuestra sociedad-, para que en este segundo semestre se originen una serie de protestas sociales –no sólo estudiantiles- alrededor de este sensible tema.

Credito
COLPRENSA

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