¡Qué mal ejemplo!

Polidoro Villa Hernández

Con ingenio ácido, alguien discurría por estos días: ‘Si meten a todos los corruptos a la cárcel, ¿quién queda entonces para gobernar el país?’ Exageraba un poquito. Pero es que hay noticias que provocan humor negro, aflicción y temor, y una de ellas fue el escándalo en la sacrosanta Corte Constitucional.

El ciudadano corriente percibe que la corrupción ha contaminado las instituciones pilares del Estado y ello socava el futuro de la Nación y la tranquilidad de los hogares. En el imaginario social, los togados son dirigentes virtuosos, poseedores de acreditadas capacidades intelectuales y morales -como anhelaba Platón-, que garantizan la solidez de la democracia y la recta aplicación de la justicia. Pero, si los magistrados se extravían, si los que deben ser buenos se corrompen, retrocedemos a las cavernas, al ‘sálvese quien pueda’.

En la cúspide de la pirámide social, Olimpo de los líderes, el poder del dinero mal habido -o bien habido y mal empleado- mancilla la majestad de las instituciones, compra la honestidad de los gobernantes, seduce la integridad de los altos dignatarios, y mercantiliza la independencia de los intelectuales y los medios, que son quienes señalan derroteros a las esperanzas y necesidades del país.

¿Habrá que dar la razón al delincuente de cuello blanco que se justificó diciendo que ‘la corrupción es inherente a la naturaleza humana’; o a la cínica aseveración de que todos tenemos un precio, y lo astuto es averiguar cuál es?

Meritorio seguir el buen ejemplo, pero nada hay más contagioso que el mal ejemplo, porque el que imita la maldad supera al maestro. Y nuestro país politiquero, enfermo de codicia y de poder, es escuela dónde cada nueva generación de ‘dirigentes’ refina y sofistica los engaños y aventaja a la anterior en artimañas e inmoralidad.

El carcinoma corrupción-impunidad en el vértice de la pirámide, nutrido con dinero que compra poder para conseguir más dinero y tener más poder, dejó de ser individual, como antes, para volverse sistémico e infectar todos los niveles de los sectores público y privado.

El efecto demostrativo es: si roban los de arriba, ¿por qué no vamos a robar los de abajo? Y así, se vuelve tortuoso hacer un mínimo trámite en una oficina pública, porque hay peajes hasta en los más bajos niveles del aparato burocrático. En el sector privado, surgen carteles de la contratación, de las drogas, de los cuadernos, de los alimentos, del papel higiénico y otros fraudes que hacen más dura la existencia de la gente al encarecer lo que comen y necesitan en su vida diaria. Los corruptos están creando un país escabroso para vivir, incluso para ellos y sus propios hijos.

¿Quién disipará nuestra abulia?, ¿Sin líderes confiables, que futuro espera a esta sociedad?, ¿Quién podrá defendernos, ahora que no tenemos ni al “Chapulín Colorado?

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