La tragedia de las viudas

Polidoro Villa Hernández

“Dios mío, hazme viuda, por favor” se titulaba -marketing sagaz- el libro que lanzó a la fama a una economista mexicana con ambiciones políticas. Dizque la obra se vendió como tortillas calientes, particularmente entre casadas maduras, quienes hastiadas del cónyuge maloliente a tequila e impulsadas por la gozona creencia de que el estado civil ideal de una mujer es el de viuda de pronto esperaban encontrar allí la fórmula de una pócima letal que no dejara rastros y, con ella, guisar la enchilada del marido.

Pero el libro resultó ser un texto de autoayuda: “Quiero ser viuda del miedo a ser yo misma...; de la soledad…” Las ilusas compradoras conservaron el libro, y al borracho, y la autora resbaló la crítica despiadada de sus opositores políticos de: “sorprendente e insultante levedad intelectual...”, capitalizó la fama y hasta candidata a Presidenta de la República fue.

Pero en la diaria realidad, ninguna mujer quiere el estatus de viuda y, si hay huérfanos, ese estado es una tragedia. Se estima que existen en el mundo 250 millones de viudas, muchas de ellas adolescentes, de las que la mitad vive en la pobreza extrema.

En Colombia, dónde todas las causas violentas de viudez han coexistido: crimen político, conflicto con miles de muertos en combate, campos minados, masacres por despojo de tierras, desplazamiento, criminalidad urbana, sicariato, accidentalidad, abandono machista, no se tienen cifras muy claras del total de mujeres que han quedado solas por la muerte o ausencia de su compañero. Pasan con sus hijos a formar parte de esa población vulnerable que sin apoyo permanente del Estado, termina hacinada en barrios subnormales sobreviviendo con esfuerzo.

Cada soldado, policía, campesino, guerrillero, paramilitar -colombianos todos-, cuya vida es segada con violencia, deja tras sí un legado de dolor y desamparo que afecta madres, esposas, compañeras, hijos, hermanos. Y casi siempre, quien debe asumir por el resto de sus días la responsabilidad de atender huérfanos y ancianos es una mujer. Y una familia numerosa no da tiempo de participar en marchas, ni reclamar derechos.

A la pobreza que se exhibe, la gente da limosna: ancianos, discapacitados, drogadictos, indígenas. Pero las viudas son tantas y muchas conservan el orgullo y la dignidad de mejores tiempos idos, que se vuelven invisibles para las estadísticas y para las organizaciones de la sociedad civil, poco llamativas para los investigadores sociales y así permanecen ocultas, aisladas, sin vivienda, sin asistencia de la sociedad, sin salud, ni futuro.

Destrozadas las estructuras familiares, perdidos patrimonio y apoyo económico, convertidas por fuerza de las circunstancias en cabeza de familia, las mujeres colombianas han desmostrado su valentía ante la adversidad para sobrevivir con la prole.

Tanto impacto causa en las sociedades la proliferación de viudas y los problemas que afrontan, que la ONU señala el 23 de junio, para crear conciencia sobre la protección que merecen esos sacrificados seres que luchan en silencio por sus hijos.

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