Mucha imagen, poca obra

Polidoro Villa Hernández

¡Es que ya ninguna plata alcanza.! Era la queja de la antigua ama de casa al recibir el escaso dinero del ‘diario’ con que debía acer el milagro de alimentar los primeros seis retoños del matrimonio, concebidos bajo el infalible método de Ogino. Hoy, el antiguo lamento sigue vigente hasta para matrimonios sin hijos, y se ha extendido, ¡oh sorpresa!, al sector público.

La ventaja de éste -a diferencia del asalariado torturado por el ‘gota-a-gota’-, es que tiene tecnócratas imaginativos para idear y aplicar nuevos tributos, tasas, gravámenes, aranceles, estampillas, multas y alguna exacción, todos de cobro inexorable, como la muerte. Aún así, el déficit crece.

Un nariñense, hasta hace poco consultor internacional, opinaba: “Teniendo nuestro país un potencial tan prodigioso, desde afuera parece como si se conspirara para volverlo inviable. Odiamos el despilfarro de Reficar, condenamos la piratería de los Nule y los Moreno, pero somos miopes ante el verdadero desangre de recursos que está en el día a día del aparato estatal en todos los niveles: contratos amañados, peculados, empleados parásitos sin funciones, privilegios exagerados, nóminas paralelas improductivas, legiones de inocuos asesores, indecentes gastos en caprichos personales, y cuantiosos presupuestos de publicidad para crear falaces imágenes de eficiencia, de inexistentes realizaciones.”

Cierto. Eso no es tan visible. La última observación se materializó en Ibagué, donde por estos días se supo que en la caótica administración pasada el pago a turiferarios fue descomunal. Y es que la manipulación de la publicidad oficial castiga, premia, censura indirectamente, acalla críticos, compra voluntades, tapa la corrupción, manipula el proselitismo e infla la imagen y el super ego que tiene todo político, que termina creyendo que de verdad ejecutó todas las obras que aparecen en las publicaciones que pagó.

Lo deplorable es que los beneficiarios de esa contratación fraudulenta se vuelven cómplices de los funcionarios corruptos y contribuyen a que avance el país hacia esa inviabilidad que dice el nariñense.

La mención de derroche en “caprichos personales”, hace recordar a un antiguo zar del seguro social, que al lado del despacho acondicionó suite con cama king size, dizque para trabajar las 24 horas. ¡Pobre secretaria privada! Y de otro gozón, rector de universidad pública con déficit crónico -cuyos estudiantes organizan protestas para exigir menos hacinamiento, pupitres decentes y equipos adecuados-, quién adquirió poltronas de cuero de alta gama con cojines rellenos de plumas de ganso para su oficina. Y, claro, a la costosísima camioneta del excontralor Turbay -que nunca usó-, con sillas tipo jet. ¡Delicados trastes oficiales!

Y, sí, incontables asesores, que junto con el carro blindado con muchos guardaespaldas, son el obsesivo sueño de algunos burócratas. Copiosos asesores, muchos favores pagados. Así digan en alguna universidad bogotana: “El que sabe, sabe y el que no sabe, asesora.”

Pero si con tanto sabihondo, la cosa no mejora, es porque de pronto se cuelan infalibles asesores en Incompetencia.

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