Tributos y atributos

Polidoro Villa Hernández

A Karlitos Marx -padre de sesudas teorías socialistas cuya aplicación ‘experimental’ en el mundo, a la brava, cosechó más de 100 millones de muertos en dos siglos, 500 millones menos que la aplicación de las feroces y codiciosas prácticas capitalistas a través de la historia-, se le atribuye la frase: “Solo hay una manera de matar el sistema capitalista: con impuestos, impuestos y más impuestos”. ¿Será eso lo que vemos hoy? ¿Un autosuicidio, como diría el inefable Nicolás Maduro? Si la gente tiene cada vez menos dinero para comprar: ¿Cómo podrán seguir acumulando riqueza los poderosos y careros proveedores nacionales y multinacionales de bienes y servicios que ya tienen mucha plata y quieren más?

Es la economía. Pero la ignorancia de esta ciencia no exime de acatar las reformas tributarias. ¡O paga, o paga¡ Además, los opuestos a las hipótesis de Marx dicen que la mejor manera de ayudar a los pobres es reduciéndoles los impuestos a los ricos (¿?). Que bastante lobby hicieron en diciembre. Somos naranja en el exprimidor. Ojalá no se llegue a extremos wildeanos y exijan a alguien que esté aguantando hambre que coma menos. O sugieran que deben retirarse las costillas flotantes para poder apretarse aún más el cinturón.

Si aceptamos el enunciado que dice que tratar de mantener una nación con impuestos, es como meterse uno dentro de un balde y tratar de levantarse halando de la agarradera, comprenderemos el por qué del fértil magín de los alcabaleros -almojarifes decía el ‘Cofrade’ Palacio Rudas- para cranear gravámenes sorprendentes.

La injusta eternización del cuatro por mil es una sosería. Hay lugares dónde han propuesto ó creado impuestos disparatados: a la soltería; a las grasas saturadas; a adivinos y hechiceros; a la obesidad; a los inodoros; a las ventanas y a las puertas; a los tatuajes; a las flatulencias de las vacas que producen más dióxido de carbono y amoniaco que los vehículos de un país.

Ahora, si de impuestos letales se trata, recordemos las exigencias a las familias aztecas de aportar vírgenes para sacrificarlas lanzándolas de las alturas a los cenotes, para apaciguar al Dios Sol. Por fortuna, aquí no hay cenotes. Y, por falta de materia prima, las víctimas serían muy pocas.

Recordemos: historiadores han documentado que el fin del Imperio Romano comenzó cuando la burocracia creció más que los productores de bienes, y se abusó de los tributos para poder sostener tanto parásito.

Las sentidas quejas en diciembre, fueron lugares comunes: ¿Para que tantos impuestos si casi todo se lo roban? ¿Tendrán nuestros dirigentes atributos de sabiduría, honestidad y conciencia social usar bien los impuestos y modelar un mejor país? ¿Será que es más eficiente y mejor organizada la corrupción, que quienes la combaten?

En el café El Patriarca, alguien sembró el pánico: Alertó sobre la Reforma Pensional ‘estructural’ que llegará: “Será –dijo-, como una versión moderna del cuento de Caperucita Roja. Pero, en ésta, el lobo devorará a todos los abuelitos”.

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