La corrupción: ¿un nuevo Arte?

Polidoro Villa Hernández

Recién perdida mi ingenuidad política -para no escribir ‘hace décadas’-, un funcionario departamental encargado de adquirir maquinaria pesada contó que un agente vendedor le dijo, ‘casualmente’, que había una comisión de éxito del 10% si el negocio se formalizaba. Como eran los mejores equipos, se prefirió esa marca. El probo funcionario pidió que la comisión fuera un descuento adicional en la factura. Fue Imposible. La ética corporativa no permitía desvíos en el rubro de sobornos. Era exclusivo para comprar conciencias.

Nada nuevo bajo el sol. Tiempo después, durante el largo reinado de un locuaz cacique de inicuo liderazgo que pervirtió una generación de políticos -con secuelas que aún sufrimos-, encontraba uno en oficinas gubernamentales a profesionales contratistas que entregaban cheques cruzados a nombre del corrupto, requisito para obtener nuevos contratos.

Una industria mediana que estudiaba la opción de invertir en ciudad intermedia llegó a la conclusión de que las dilaciones detectadas en obtener los permisos y las costosas ‘propinas’ que era obligatorio dar en cada nivel burocrático que tramitaba y aprobaba, hacía inviable el proyecto. Se fueron con su música a otra parte.

La comunidad parece narcotizada cuando se hace cómplice, tolera sin protesta, paga y prohija cohecho, soborno, mordidas, coimas, comisiones, funestas prácticas que, como un virus, destruye el tejido social y convierte en un ‘sálvese quien pueda’ la vida diaria de los ciudadanos.

La peste Odebrecht que infecta al continente, a ministros, premios Nobel, presidentes de derecha y expresidentes de izquierda todos falsarios líderes de justicia social, indica que no hay contra para este mal, y que solo la pena de muerte, como en la China, extirparía a malversadores de fondos y corruptos. ¿La respaldarían los congresistas?

De esta calamidad mundial, hay hasta jocosas situaciones: a un galardonado oficial, mandamás de la ¡Oficina Anticorrupción! del Ministerio de Defensa ruso, le encontraron US$120 millones en su apartamento. La esposa nunca encontraba la escoba en medio de tantos billetes.

Si por definición, Cultura es todo lo que el hombre hace, la corrupción forma parte integral del acervo de herencias y elaboradas tradiciones colombianas y merece que aquí, como en otros países, tenga un gran museo. Sería muy ilustrativo para las nuevas generaciones.

Sin buscar mucho, pronto estaría repleto de expedientes judiciales, videos, audios, fotos, estudios, testimonios; óleos de esclarecidos próceres, árboles genealógicos de familias ilustres que contribuyeron y continúan aportando a la cultura del dolo. También de afiches de equipos de futbol, documentales sobre exportación de talentos, colecciones empastadas de leyes con ‘micos’ y trampas, invaluable bagaje que acreditaría ante el universo que en el segundo país más feliz del mundo, hemos elevado la corrupción a la categoría de Arte.

Curadores, conferencistas y guías de visitantes, saldrían de las suites VIP de algunas cárceles colombianas. Un inspirador aforismo para esculpir en el frontispicio del museo, sería: “Todos tenemos un precio… la cuestión es saber cuánto.”

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