¿Daltónicos o incultos?

Polidoro Villa Hernández

Si resucitara hoy el pedagogo Manuel Antonio Carreño, autor del exigente “Manual de Urbanidad y buenas maneras”, cuyos consejos educaron bien en el arte de convivir a anteriores generaciones, pensaría que retrocedimos a la época de las cavernas. Es que si aplicamos en nuestros estrechos andenes lo que consideraba: “un acto muy incivil es conservar o tomar la acera, cuando ha de privarse de ella a una dama...”, los desaforados motociclistas que padecemos nos hubieran desbaratado varias veces. Es que hasta la buena educación se volvió obsoleta… y peligrosa.

Una pareja colombo-suiza que visitó por estos días a Ibagué preguntaba, en serio, cuál era la mejor forma de cruzar sin riesgo la calle si estando el semáforo en verde para la gente, carros y motos continuaban pasando. Pululan los conductores que ven el semáforo como adorno luminoso de tres colores. En la intersección de la calle 10 con Tercera –Plaza de Bolívar- da grima la indisciplina social de conductores, especialmente motociclistas, que ignoran las señales del semáforo y ponen en riesgo la integridad de las personas.

Los peatones cuasi atropellados increpan a los motociclistas transgresores y estos responden con un sarta de groserías que ya quisieran en su repertorio los huéspedes del penal. Difícil alcanzar así armonía ciudadana, cuando muchos motociclistas creen que también son peatones, burlan las normas, y nadie los sanciona. De seguir así, los semáforos solo servirán como sitio de trabajo para los emprendedores posmodernos: vendedores de frutas, ‘desplazados’, y limpiadores de parabrisas.

Si en Ibagué circulan cerca de 100 mil motos y se incorporan 600 mensuales, la proyección de estas cifras y sus implicaciones en una ciudad de pocas vías debería generar acciones de las autoridades de tránsito para imponer orden y disciplina a la contaminante y agresiva horda que tantos accidentes e incidentes ocasionan con un costo muy grande para la salud pública.

Si de modelar cultura ciudadana, convivencia y seguridad se trata, esta delicada realidad debería propiciar análisis serios en uno de esos pomposos foros que se organizan y, ojalá, hacerlo antes de elecciones. ¿Pero quién le pone el cascabel al gato?

Los conductores de taxi –que tienen pavor a los motociclistas por que “nunca admiten su culpa”, aunque estrellen un carro por detrás- cuentan historias sin fin sobre las estratagemas de estos jinetes en dos ruedas. Teatreros improvisados, “moribundos” caídos en el suelo, que de pronto se levantan de un salto para exigir: “Deme 200 mil pesos, y quedamos a lo bien”. Hablan de una banda de motociclistas especializada en “hacerse los caídos” delante de los carros de alta gama, para negociar una ‘conciliación’ rápida y en efectivo. Quizá el único crédito atribuible a los frenéticos motociclistas que zigzaguean veloces y atolondrados en las calles, es que inspiraron una nueva acepción de la palabra bólido: ‘Mozo desadaptado poseído por la gasolina y la testosterona, debido a la presión que ejerce en sus espaldas una joven con talla de sostén 38b’.

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