Semillero de sátrapas

Polidoro Villa Hernández

Mal destino para muchos de nuestros ricos y vilipendiados ‘países bananeros’ de habitantes honestos, laboriosos -algo sumisos y resignados, sí- cuyos gobernantes elegidos en comicios amañados resultan ser ‘líderes’ promeseros de glamorosos sueños de realismo mágico, que terminan incubando acciones siniestras contra su misma gente. Estas son tierras de sainetes y tragedias cotidianas dirigidas por quienes, sin disimulo, codician el “poder absoluto que corrompe absolutamente”.

Sobran políticos y faltan estadistas. La gama de dictaduras de derechas o de izquierdas, abiertas o veladas, que ha padecido el continente, sigue un libreto sin cambios: mandatarios exaltados por delirios de grandeza que, en un efímero período de gobierno, fantasean con hacer ‘su revolución’ que los inmortalice eternamente. Y mutilan ‘articulitos’ de la Constitución, o la reescriben, para imponer su poder sobre los ciudadanos.

Como principio, exigen un obsecuente culto a la personalidad para expandir su popularidad; crean estados de zozobra con imaginarios enemigos externos o internos; coaccionan y sobornan a los medios de comunicación y persiguen las voces críticas; impulsan crecimientos exagerados de los cuerpos armados con costosos equipos que se utilizan más para la intimidación y la represión interna que para defensa de fronteras; admiten la impunidad sistemática a las violaciones de derechos humanos; disgregan los sindicatos; generan vientos de guerra con países vecinos para azuzar el nacionalismo y encubrir las crisis internas.

Apoyan el clientelismo político, el nepotismo y las prebendas para amigos y adeptos al Gobierno; consienten la impunidad de cleptómanos que vacían sistemáticamente las arcas públicas, porque la corrupción ha contaminado el sistema judicial y a funcionarios de los demás poderes, al sistema político, al sector privado y a la economía; crean bandas criminales o grupos paramilitares para hacer el trabajo sucio; aplican el ostracismo o la persecución a quienes no piensen como ellos.

Y no necesariamente se habla de Venezuela. Partes de esta perversa receta comienzan a desmoronar respetables democracias, y dictaduras que se disfrazan de democracia. Claro que aquí no contamos con un intelecto como el de Maduro, que haga el colosal descubrimiento de un quinto punto cardinal. Debe ser un norte paralelo que apunta al... desastre.

Sin ser Nostradamus, cualquiera podría vaticinar que cuanto más políticos con alma de autócrata sean cabeza de gobierno en estas latitudes, y en lugar de servir quieran servirse, al creerse, no presidentes, sino los elegidos para cumplir una función divina, las sociedades se volverán ingobernables e inviables los países por la corrupción política y las desigualdades.

Tranquiliza, sí, que fuera de tener gusticos snob o degustar bandeja paisa, nuestros caudillos jamás emularán al tirano ugandés Idi Amín Dada, quién mantenía en el refrigerador filetes de sus enemigos ejecutados para preparar sus sándwiches a medianoche. ¡Aunque nunca se sabe!

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