Rechinan las cadenas

Polidoro Villa Hernández

Un ingeniero que trabaja en Noruega y solo puede venir a Ibagué cada cuatro años, aguanta la chacota de sus amigos que lo incitan a enumerar, ¡otra vez!, los privilegios laborales que tiene y los jugosos ingresos que percibe en una poderosa petrolera. Él, paciente, les repite: ‘Nadie sabe con la sed que otro bebe’: Jornadas de 16 horas –día o noche-; peligro en una plataforma sobre un mar helado; y, lo nefasto: tres matrimonios y tres divorcios en un lapso de 12 años. “Soy un esclavo bien remunerado. Espero sobrevivir para disfrutar algo”, dice.

Aunque por estos días se celebra el Día del recuerdo(¿?) de la trata de esclavos y de la abolición, el ingeniero siente bien, la esclavitud sigue tan vigente como en el siglo XVII, -inclusive la que se acepta voluntariamente, como el matrimonio-, pero con otro cariz. Y, por lo visto, muchos racistas en América exigen que los nacidos esclavos, y sus descendientes, lo sigan siendo eternamente.

El tenebroso Ku Kux Klan –terroristas de guante blanco, les dicen-, los matones neonazis, y supremacistas blancos que los hay hasta en el Cauca, no reconocen que los esclavos negros contribuyeron a acrecentar la riqueza de estos países y aportaron su cultura. Abolida la esclavitud, los marginaron, empobrecieron, y ahora, esos dementes, dicen que afean el paisaje con su miseria y el color de su piel.

Pero para la sobrepoblación pobre e inculta que habita el planeta y lucha por sobrevivir, la esclavitud moderna es una triste opción. Y es muy lucrativa para inhumanos consorcios. ¿A qué vida feliz pueden aspirar desplazados y refugiados del mundo; los seleccionadores de basura en rellenos sanitarios; los niños soldados; los trabajadores cautivos en fábricas clandestinas en Filipinas, Bangladesh, Paquistán o Argentina, que ‘viven’, comen y duermen dónde son explotados con ínfimos salarios? ¿Y las prostitutas sometidas en países ricos?

En este trópico injusto, donde mengua la sumisión religiosa, subsisten otras lacras que se convierten en esclavitud: sueldos de hambre; los préstamos ‘Gota a Gota’; la servidumbre gratuita del servicio doméstico: “Hace treinta años que nos cocina, pero no tiene sueldo porque la consideramos un miembro más de la familia.”. Con las nuevas leyes laborales, se especula que muchas matronas van a terminar siendo sirvientas de sus empleadas, tras pagar décadas de salarios retroactivos.

Bueno, también hay esclavitudes voluntarias que hacen que la gente se mantenga muy ocupada, sin tiempo ni respiro para hacer introspecciones personales y preguntarse para que vinieron a este mundo: La amorosa del primer año de matrimonio; la alienante dependencia de los dispositivos móviles; el apego a las cosas materiales de esta sociedad de consumo; las tarjetas de crédito que compran más de lo que uno se gana; el tiempo escaso que señala el reloj, capataz sin látigo.

Vivir para trabajar y no trabajar para vivir, es una forma cruel de esclavitud que no permite apreciar lo maravillosos de la vida.

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