Incomprendida vejez

Polidoro Villa Hernández

Una festiva muchachona ibaguereña, abuela ya, que sin pestañear declara tener ¡12 lustros! cuando curiosos inquieren por su edad, y que no admite más de una docena de velitas en su torta de cumpleaños, se indigna al escuchar la noticia: “Una motocicleta arrolla a una anciana de 50 años...” “Groseros. ¿Cuál anciana? -Censura en tono imperativo de jubilada maestra de literatura que parafrasea a su poetisa preferida, Juana de Ibarbourou-, a esa bella edad, ‘las mujeres aún tenemos la carne olorosa y los ojos limpios y la piel de rosa’.”

Suena bien. Pero pareciera que tras superar los treinta, el posmodernismo convierte los calendarios en estigma.

Curioso. Hace 25 siglos, cuando la gente no vivía más de 30 años, conquistadores se jactaban de descubrir e historiadores fabulaban sobre milagrosas Fuentes de la Eterna Juventud que los hacía longevos e inmortales. Que se sepa, no sobrevivió ninguno. Hoy que la esperanza de vida sigue en ascenso, las estadísticas que muestran la creciente población de viejitos con temblores y olvidos, pensionados o abandonados, son una pesadilla para las nuevas generaciones que se preguntan qué harán con tanto veterano, si ancianatos-boutique, pañales grandes y medicinas son carísimos.

Por fortuna, aún nadie habla de campos de concentración, ni de hornos crematorios, pero se trasluce en la charla de adultos mayores -que no saben si son viejos o ancianos, o están en la tercera o cuarta edad- que algo de estorbo hacen donde viven. Debe ser por eso que proliferan tantos cafés, a donde madruga esta sentimental población que ya ha pasado por todos los estados civiles, a endulzar el tinto con recuerdos galantes de mejores épocas, y a especular si Hugh Hefner, amancebado con cuatro conejitas Playboy, aún recuerda para qué sirven.

Pasan por tantas cosas los viejitos: Un amigo encontró a su padre asoleándose en el Parque Murillo y observó que tenía una media diferente a la otra. “Tranquilo, mijo, respondió el progenitor, en la casa tengo otro par igualito.” Desde ese día, juró -y lo hace-, que ahorraría el 10% del sueldo para la vejez. Ojalá no herede el ‘otro’ par de medias.

Mañana celebramos el Día de la Ancianidad en este país donde la politiquería corrupta nos arruga prematuramente la piel y el alma. Ojalá reflexionemos sobre el abandono y el maltrato que tantos ancianos reciben. Ellos sufren con la degradación irreversible de su cuerpo y no basta con sermonearlos para que consuman alimentos antioxidantes, como si fueran herrumbrosas máquinas. Hay que buscar que no se hagan invisibles a los afectos y mimos familiares.

Ojalá pudiera darse lo recomendado en el siglo XVIII por Gregorio de Salas, para el sano vivir de los ancianos: “Vida honesta y ordenada, /usar de pocos remedios /y poner todos los medios / de no apurarse por nada. /La comida moderada, / ejercicio y diversión, / no tener nunca aprensión, salir al campo algún rato; poco encierro, mucho trato / y continua ocupación.”

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