Triqui, triqui, Halloween

Polidoro Villa Hernández

De la manera sinuosa como la sociedad de consumo explota sentimientos y emociones, en la reciente celebración del “Día de las brujas” -de refilón también llamada ‘Fiesta de los niños”-, o Halloween, como dicen nuestros snobs criollos con postizo acento británico, fueron más los adultos maquillados que monopolizaron el ambiente, que chiquillos caracterizados con alguna indumentaria de superhéroe. Abundaron veteranas disfrazadas de princesas y añosos disfrazados de niños. ¡Qué horror!

Sería bueno que las asociaciones folclóricas se pellizcaran y aprovecharan también estos festejos para revivir los mitos y leyendas del Tolima: aquí nadie tiene disfraz de Patasola, Mohán, Candelilla, Madremonte o Madre de Agua. Ni siquiera de la Llorona, a pesar de la dura situación del país. Imitadores de lo foráneo, muchos se disfrazaron de ‘muertos vivientes’, incluidos dos exdirigentes regionales. Más que una sensible fiesta para los niños, esta fue una barahúnda exhibicionista que multiplicó la basura.

La fiesta de los niños debería ser el darles buen trato cada día. Aunque se repite la obviedad que ‘Los niños son el futuro de la nación’, las noticias diarias hablan de desnutrición de millones y muertes por hambre; de víctimas del conflicto armado; de maltrato; de abuso sexual; de abandono; de inhumano trabajo infantil. A incontables niños desde ahora se les roba su futuro y de ello hay que culpar, sin atenuantes, a muchos adultos corruptos o insensibles. Y, además, el ‘progreso’ les roba y contamina el paisaje. El exhortado e irresponsable “Creced y multiplicaos”, pasa a los niños una dolorosa factura. Duele ver el llamado institucional en TV para encontrar familiares de niños en custodia del Estado. Muchos figuran con “padre: no registra”. Como si los niños se multiplicaran con el polen de las flores. O ver a los pequeños indígenas tirados en los andenes; o, con frecuencia, a una pálida madre, embarazada, con un hijo en los brazos y otro a rastras, maltratándolos verbalmente en la calle, colérica ella por frustraciones y necesidades.

Cuando tengan edad: ¿cuántos de ellos podrán vivir y estudiar dignamente; cuántos caerán en la droga y la delincuencia? El trato que demos a los niños hoy, de respeto o indiferencia, y no una inocua fiesta anual de baratijas, lo devolverán ellos a la sociedad con aportes o con problemas. Como pauta, desde que nace un niño, deberíamos aplicar la reflexión de Paul de Kock: “Los niños aprenden lo que viven”: “Si un niño vive entre críticas, aprende a condenar. Si un niño vive entre hostilidad, aprende a pelear. Si un niño vive ridiculizado, aprende a ser tímido. Si un niño vive con vergüenza, aprende a sentirse culpado. Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser paciente. Si un niño vive con estímulo, aprende a tener confianza.

Si un niño vive con aprecio, aprende a apreciar. Si un niño vive con justicia, aprende a ser justo. Si un niño vive con seguridad, aprende a tener fe. Si un niño vive con aprobación, aprende a apreciarse. Si un niño vive con aceptación y amistad, aprende a encontrar amor en el mundo”.

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