Anhelado turismo

Polidoro Villa Hernández

Se ve como normal que no respeten semáforos, que estacionen donde les plazca y que manejen sus vehículos con la arrogante acometividad de quién llega a su finquita. Es época de vacaciones y los carros con matrícula de Bogotá, especialmente, congestionan las vías y sus ocupantes generan una mayor dinámica en los sectores comercial y de servicios de los que derivan su sustento buena parte de ibaguereños. Criticones escépticos afirman que los turistas que nos visitan: “gastan menos que un avión en pito”. Es posible. Pero eso sugiere que hay que pensar en iniciativas y gestión local que modele opciones y construya atracciones que impulsen más el gasto de los visitantes. 

Un canadiense que visitó hace un año la ciudad, maravillado hasta el paroxismo por el soleado y verde paisaje de la meseta de Ibagué, preguntó que en dónde quedaba el parque de atracciones local: rueda volante, carrusel, montaña rusa, diversiones acuáticas de raudos toboganes, y todos esos ingenios mecánicos que estimulan tanto la adrenalina como la temporada de pago de impuestos. Su anfitrión, me confió después, azarado,  que lo único que se le había ocurrido era llevarlo a un sitio con nombre en inglés: al Skate Park. El neoescocés seguramente salió de allí mareado, no por la velocidad de vértigo de las patinetas, sino por los efluvios de la ‘mariacachafa’.  

Desde hace décadas, no hay foro, panel, seminario, simposio, ‘thinktank’, o mesas redondas y cuadradas organizadas para discutir sobre “desarrollo del Tolima”, dónde no aparezca el tema del turismo sostenible -organizado como una gran empresa regional liderada en armonía por los sectores público y privado-, como un seguro generador de empleo y una manera efectiva de mostrar y beneficiarse de las múltiples riquezas naturales, diversidad cultural, amable disposición de sus gentes,y privilegiada situación geográfica del departamento. Turismo de naturaleza, religioso, cultural, de salud, de aventura, todo tiene cabida. Pero las solas buenas intenciones, la fugaz retórica, los celos burocráticos y rencillas locales, no construyen futuro.

Tendríamos que aprender de los dirigentes paisas: pelean entre sí por asuntos políticos y territoriales, pero cuando se trata de jalonar recursos del Estado para sus proyectos regionales, luchan unidos como hermanos siameses.

El turismo mundial crece a tasas altas y la paz del país tranquiliza los ánimos.  Atraer visitantes extranjeros y nacionales -y lograr que regresen satisfechos a su tierra- es un arte.  Adecuar infraestructura, profesionalizar y capacitar personal en todos los niveles, inculcar en los ciudadanos el respeto por el turista para que no le cobren jugos en agua a $20.000, esconder las basuras, toma bastante tiempo. Empezar ya sería bueno. 

Si no elevamos la variedad y calidad de la oferta de servicios turísticos, seguiremos con el ‘turismo de olla’, de hornillas en andenes con pálidos chorizos y mazorcas chamuscadas, y de “corrientazos” de bajo voltaje en cuya puerta advierten: “Proivido entrar comida y bebidas al comedor.” 

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