Tema frívolo

Polidoro Villa Hernández

El consumismo estimulado con éxito por la propaganda, a diario nos incita a dilapidar la exigua mesada o el mínimo salario, ansiando y comprando cosas innecesarias o inútiles. El goce es fugaz. Lodañino es que manipulado nuestro subconsciente por la publicidad subliminal, hemos cambiado nuestros gustos y el sano parecer que antes teníamos por personas y cosas.

Fíjense: a mediados del siglo pasado la pareja ideal femenina era una mujer robusta, de generosas formas y mejillas sonrosadas –buenamoza, se decía-, bien dotada para criar hijos sin necesidad de acudir a leche cara en lata ‘similar a la materna’. No es la visión de los pretendientes de hoy. Las flacuchas, semidesnudas y provocativas -perdón, provocadoras- “Ángeles de Victoria’s Secret”, son ahora paradigma femenino y obsesión masculina.

Y nuestras muy agraciadas féminas que, gústeles o no, conservan genes de los grupos étnicos precolombinos cuyas mujeres tenían estatura promedio de 1,45 mts., tienden a ataviarse igual para emular a modelos de 1,85, soñados 90-60-90, piel de seda y cabellera brillante. Y algunas califican. Naturalmente, estos ‘ángeles’ criollos buscan galanes musculosos como los de las revistas gringas. Proliferan entonces los gimnasios, dónde hombres maduros que fueron criados con chucula de siete granos, sudan para tener abdomen de chocolatina. Resultado, lo resume un dicho ancestral: “Imitación cachemira cara de alpargate viejo.”

El ilusorio sueño de eterna juventud tocó a nuestros veteranos. Uno, que a esta inocente edad debería estar curado de espantos, no deja de sorprenderse. Visité un exmilitar amigo, enamoradizo él, y me sorprendió ver tantos frascos, llenos y vacíos, de compotas para bebé. Pensé que tenía un nuevo nieto. No. La quimérica realidad –me confió- era que hacía una ¡dieta rejuvenecedora! De diez días, casi exclusivamente a base de estos alimentos. Noté algo abultada su pelvis, seguramente era ya una regresión al pañal.

Dichosas épocas en que comer no generaba remordimientos y los rugosos abuelos de 97 años morían serenos tras devorar un tamal con chocolate. Triglicéridos, colesterol, y el ominoso Índice de Masa Corporal, nos hace sentir que la obesidad es peor crimen que meter la mano al erario. Tener el ombligo más cerca de la espalda es hoy el summun de la vida.

Vitrinas, espejos, balanza, fotografías, niñas que tienen menos carne que un silbido, modelos masculinos que hacen caer los párpados a las señoras, nos recuerdan que la barriga prominente ya no da figura respetable. El metro es látigo para flagelarse y ahorca más en la cintura que en el cuello.

La repulsa a los gorditos que acumula el cuerpo como reserva, quedó patente en la respuesta que dio una biológa primípara, rellenita ella, a quién le preguntó cual, en esa carrera, podría ser su aporte a la humanidad: “Buscaré, a través de la manipulación genética crear una variedad de zancudos que en lugar de chupar sangre, chupen grasa…”.

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