¡Lo saben todo!

Polidoro Villa Hernández

Si no figura en alguna base de datos del planeta, entonces usted usa taparrabo y vive feliz y en armonía con la naturaleza en alguna choza pajiza en la selva del Amazonas, o de Borneo. O, también, es parte de algún grupo signado por la miseria extrema en un país de siniestros líderes, que solo existe como simple estadística de subdesarrollo, invisible o incómodo para sus congéneres más afortunados del resto del mundo.

Un emprendedor, que a base de duro trabajo tuvo éxito con productos fabricados con materiales reciclados, contaba que hizo contactos en Bogotá para expandir sus ventas y llevó en su portafolio respetables referencias comerciales y bancarias.

Al reunirse con los potenciales compradores, inició así su presentación: “Ustedes no me conocen, pero aquí traigo…” y comenzó a sacar papeles. El boyacense mandamás del grupo lo paró en seco: “Háblenos de lo que ofrece, que nosotros ya sabemos quién es usted…”. Hubo negocio y fueron a almorzar. Allí, lo sorprendieron con una pregunta ‘técnica’: “Raúl, ¿Cuéntenos cómo se hace el peto con plátano maduro picado y requesón, receta de su abuela, que usted tanto alaba en Facebook…?

Los minuciosos datos personales que a diario entidades públicas y privadas exigen a los usuarios consignar en formularios para grabar en sus bases de datos, y la exposición pública de hechos pasados y presentes de su vida -a veces escabrosos- que los internautas vierten en las redes informáticas como si fuera en un confesionario, hace que desconocidos sepan más de la vida privada de mucha gente que la propia familia. Quién solicite visa para viajar a algún país que desconfíe de las ‘habilidades’ de los colombianos, debe dar datos sobre sus abuelos, padres, cónyuge y herederos; someterse a rigurosa identificación biométrica; decir qué tiene, cuánto gana, cuánto lleva. Y al llegar allá, soportar una inspección corporal que es casi un preámbulo de acoso sexual.

¡Olvídense, ya no hay vida privada! Además de la observación crítica que hace en el hogar la dulce esposa y los amorosos hijos, al salir a la calle a usted lo enfocan cientos de cámaras que detectan su rostro y, si es del caso, hacen su reconocimiento facial. Hasta su celular, sin que lo perciba, siempre detectará donde se halla, sea la iglesia o el motel. Y, todo archivado “para su seguridad”. ¡Visionario George Orwell! El Gran Hermano Tecnológico Big Data vive y se las sabe todas. ¿Se imaginan un régimen totalitario que como mecanismo de control social use la información para vigilar a través de su Smart TV, si usted cambia velozmente de canal cuando en algún egonoticiero de corporación pública aparece el sainete nacional del culto a la personalidad?

¡Todo se sabe! Una vecina adicta a las redes sociales, dice vanidosa que tiene tantos seguidores en Twitter que hasta sufre delirios de persecución, pero regaña a su papá, dizque porque él ‘asalta su privacidad’ al mirar las impúdicas desnudeces que publica en Internet. ¿Qué tal?

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