Expropiar

Polidoro Villa Hernández

Verbo de moda en Colombia y causa de insomnio para muchos, porque un presidenciable de izquierda, bien posicionado en las encuestas, lo conjuga con desparpajo. Comentan, que ciudadanos se erizan –mucho más que la “secularmente joven” Diva Grisales cuando ve un joven rubio ojiazul- y tiemblan al pensar que algún advenedizo llegue a desposeerlos de su patrimonio legítimo, grande o pequeño, que le ha costado una vida conseguir.

En familia, y en corrillos, el tema se aborda con el tono medroso de las advertencias de antaño de los viejos a niños díscolos: “De pronto viene el ‘Coco’ y se lo lleva.” O del alarmista pastorcito de la fábula de Esopo: “El lobo está aquí… ¡Auxilio!”. Sean cual fueren los miedos de cada quién, la tragedia de la hermana Venezuela cuya dictadura intentó expropiar niños para convertirlos en propiedad del Estado y que ahora todo lo confisca, hace temer que nos llegue un líder anárquico a replicar el fatídico ejemplo.

Es consenso universal: fundamento de una democracia, así sea ésta imperfecta, es la existencia de la propiedad privada. Y las leyes, con lógica, prevén la vulneración de ese derecho solo por razones de utilidad pública o interés social, indemnizando al afectado. Por estos lares, las fabulosas expropiaciones a las mafias han servido poco a ese interés social. El remedio resultó peor que la enfermedad: las redes de la corrupción que involucró a congresistas que manipularon bienes incautados, fueron peores que la ‘Cosa Nostra’ criolla. Quién busque el poder para expropiarlo todo, se corromperá.

Con lo caótico e injusto del mundo actual –culpa de todos-, requerimos muchas revoluciones para enderezar esta ‘civilizada’ sociedad. Pero no las revoluciones exprés que inician militares golpistas o alucinados ególatras que quieren divinizarse y enriquecerse en el corto lapso de su incendiaria vida. Necesitamos estadistas como Gandhi o Mandela, que con su ejemplo de vida nos convenzan de que el dinero no es la felicidad; que haga que los dirigentes tengan una visión ético - política del liderazgo para ser creíbles cuando convoquen a la no violencia; a la lucha contra la opresión, el odio, la injusticia, a la redistribución de la riqueza. Que enseñen que revoluciones duraderas se hacen a largo plazo a través de la educación y el respeto al derecho ajeno.

¿En qué mejora la vida de un pueblo cuando un ‘líder’ vocifera que ha expropiado y estatizado cuatro millones de hectáreas y cientos de comercios; que ha “puesto en cintura” las empresas capitalistas? De verdad, lo que eso trae, es el desplome de la producción agropecuaria e industrial; el despido de miles de trabajadores; escasez y hambre; envilecimiento de la moneda, precios artificiales; emigración de emprendedores y capitales a otros países.

Un pensador del pueblo, definió con ironía: “Socialismo: Si todos no podemos ser ricos, entonces seamos todos igualmente pobres. (Exceptuemos sí a nuestros gobernantes. Ellos si pueden ser ricos.)”

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