Ignominiosa discriminación

Polidoro Villa Hernández

En estos meses en que la labia electoral seduce con promisorias expresiones de inclusión social, equidad, paz y concordia, se notó poco la celebración del ‘Día de la Cero Discriminación’, fecha instituida por algún espíritu soñador para sacudir la conciencia de la humanidad, al menos una vez cada año, sobre el respeto a la diversidad humana. Difícil meta en un sobreexplotado planeta con 7.300 millones de seres que se enfrentan con frenesí por los escasos espacios habitables, productivos y con agua que aún quedan, que de continuar como vamos cada día serán menos.

Quizá lleguen épocas de fraternidad después del Apocalipsis que desate el pendenciero Kim Jong-un y atice el ‘rubio dorado’ infiel con delirios de grandeza. Los bípedos que sobrevivan con la piel chamuscada, entenderán, finalmente, que hubiese sido más sano ‘amar al prójimo como a ti mismo’ sin importar las diferencias. Mientras el Juicio Final nos libera del pago de impuestos, seguiremos discriminando con la recóndita convicción de que “Todos somos iguales, pero hay algunos más iguales que otros…”

Cómo es de difícil aceptar que todos tenemos la calidad de seres humanos y comprender que podríamos modelar una sociedad igualitaria y un país justo, si respetáramos la diversidad y aprovecháramos virtudes y saberes de negros, blancos, amarillos, viejos, campesinos, indígenas, pobres, gais, lesbianas, travestis, extranjeros, discapacitados, católicos, judíos, ateos, y otros seres a quienes miramos con recelo, cuando no con odio.

Pareciera que los genes del instinto territorial que nos legó el hombre de Cro-Magnon hace 35 mil años, no evolucionaron mucho y hace que marginemos, o veamos inferiores a los que son diferentes físicamente, tienen menos, o piensan lo opuesto a nosotros. Como temerosos de perder el espacio donde cazamos y nos reproducimos.

Porque además de los insensatos prejuicios religiosos, étnicos, políticos, de género, que la hipocresía social inventó y acumuló a través de los siglos, inventamos barreras de discriminación que nos separan. Por ejemplo: la estratificación socioeconómica en Colombia la idearon para clasificar los inmuebles y según su avalúo cobrar servicios públicos de acuerdo a la capacidad económica de cada quién.

Pues lo que se diseñó para calificar cemento y ladrillos, rápido se torció para encumbrar o degradar calidades y cualidades del prójimo. Estrato seis es sinónimo de elegancia mundana, de fashion, de tener dinero de sobra para consumir en exceso, de aparentar felicidad. En la visión de los arribistas, ser de estrato uno representa estar siempre al filo de la ruina, carecer de encanto, de chic y de ‘charmé’, ser zarrapastroso o desplazado, y tener la pobreza como patrimonio para legarle a los hijos.

Debemos reflexionar sobre lo expresado por una discriminada y laureada guatemalteca: “La paz no es solamente la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discriminación y exclusión, difícilmente podremos alcanzar una sociedad de paz”.

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