Duda existencial

Polidoro Villa Hernández

En el pasado septenario que otrora fuera espacio de recogimiento y elevación espiritual, y por preceptos religiosos dedicado al ayuno y la abstinencia de los apetitos de la carne -de cualquier género-, y que ahora mutó en febril temporada vacacional donde se practican sin vergüenza todos los pecados capitales y el único calvario que se vive es el de terminales, aeropuertos, hoteles y carreteras congestionadas, los colombianos vivieron dos viacrucis: el muy respetable de la Semana Santa que conmemoran los creyentes, y el suplicio que significa descifrar la incógnita de por cual mesías votar dentro de 49 días.

Quién pretenda tener la verdad revelada sobre qué prócer elegir, y jure que ese será el salvador de Colombia, seguramente es un superdotado que hizo su prekínder en el Instituto Merani; o es prosélito que está bajo el yugo de la “disciplina para perros” que aún imponen autocráticos barones políticos tradicionales; o recibió unos ladrillos y aún espera el bulto de cemento.

En el tráfago de la ‘mecánica política’ -que más parece un taller de latonería que ensordece el ambiente-, la frecuente expresión: “queremos lo mejor para el partido” -y no para el país-, se valen todas las alianzas, coaliciones, contubernios, pactos y amancebamientos, y surge una aviesa colorimetría que permite mezclar el azul y amarillo para hacer un verde y, como el camaleón, que oportunistas cambien sin ruborizarse de color e ideología y salten al grupo que más convenga a sus intereses personales. Lampedusa tenía razón: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”.

Judas Iscariote con sus 30 monedas de plata, es un cascarero en comparación con las muchas traiciones, deslealtades, infidelidades y volteretas de quienes juegan en la política para intereses económicos muy poderosos.

Período movido de política y religión. Hace rato, filósofos y pensadores advierten que dado el desbarajuste de nuestra ‘civilización’, ya ni una ni otra podrán cambiar al mundo. La confianza se ha perdido. Las mendaces promesas de cambio en campaña electoral, y las ofertas de salvación eterna, son productos perecederos a corto plazo. Ahora nos acorralan las ideologías y credos del desespero: el nihilismo, el terrorismo, el extremismo religioso y la desalmada codicia de quienes acumulan más poder en previsión de un futuro incierto. La única ‘verdad’ es el consumismo inútil y desaforado.

Lo sordidez de la conducción política genera enormes grupos de escépticos, resentidos y anónimos, que solo manifiestan sus desacuerdos y frustraciones a través del ciberespacio. Le tienen fobia a las urnas. Sumados a los millones de abstencionistas, hace que seamos una democracia débil susceptible a la manipulación.

Uno de esos escépticos resumió: “Estamos en un callejón sin salida. Lo grave es que nuestros supuestos líderes, también sellaron la puerta de entrada”. ¿Depositamos la esperanza en la estrella que acaban de descubrir a 9000 millones de años luz de la tierra?

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