Madre en crisis

Polidoro Villa Hernández

De haber conservado la veneración por la naturaleza que practicaban las tribus de América al arribar Colón, hoy, Día de la Madre Tierra, o Pachamama, Gran Madre, Gea, Gaia, títulos con los cuales a través del tiempo se ha querido glorificar la maternal generosidad de la naturaleza que procura vida y recursos sin contraprestación, como progenitora solícita, todos nos prosternaríamos ante la centenaria ceiba de la Plaza de Bolívar para agradecer en nombre de generaciones pasadas, presentes y futuras, por esa milagrosa y fecunda prodigalidad. No ocurrirá, porque lo cierto es que tratamos la naturaleza como una esclava que se explota sin piedad, y le pagamos con desechos tóxicos.

Como anotara un biólogo poco optimista sobre el futuro de nuestro planeta: La tierra no está muriendo contaminada, está siendo asesinada por los mercantilistas de la naturaleza.

Suena teatral la expresión ‘se mata lo que más se ama’, pero es válida en la absurda contienda entre desarrollo económico y preservación del medio ambiente. La tala irracional de bosques propiciada por multinacionales madereras sin conciencia ambiental, convierte cada año miles de hectáreas en desiertos o espacios áridos para la agricultura y acaba con el hábitat de comunidades animales y vegetales; la caza y la pesca indiscriminada, genera pérdida de biodiversidad; la utilización de mares, ríos y lagunas como depósitos de basura, hace que la Madre Tierra enferme, y con ella, los que aquí habitamos.

Resultados: cambio climático que crea desastres y hambrunas; pérdida y contaminación de aguas superficiales y subterráneas; bajas en la productividad agrícola; agua cada vez más cara y escasa; polución de aire y tierra; crisis alimentarias en poblaciones marginadas. Al hombre, con codicia colonizadora, pocos sitios le quedan por hollar, deteriora el paisaje que deberíamos conservar integro para los niños que vienen.

Para este maravilloso planeta, todo tiempo pasado fue mejor: Los indios amazónicos no cortaban un árbol sin antes invocar el permiso a los espíritus de la selva; otros, cumplían tres días de abstinencia sexual para talar árboles sagrados. Seguro que si ahora alguien ve un frondoso cedro, pensará en madera para hacer una cama doble.

El respeto de los pueblos indígenas por su entorno, hacía que sin conocer el término de desarrollo sostenible, prosperaran en convivencia armónica con selvas, bosques, plantas y animales y mantuvieran el equilibrio de la naturaleza sin contaminar el agua, sin destruir vida. Creían que plantas, animales y rocas eran seres humanos con diferentes formas cuyo espíritu debía respetarse.

Infortunada Madre Tierra. El animal más dañino que puebla el planeta, la devasta. Al final, quedaran solo árboles plásticos de Navidad y los fatuos árboles genealógicos criollos, muchos rellenos de puro aserrín, con ramas carcomidas por su indiferencia hacia el medio ambiente. Desapareceremos como especie, pero la Tierra, como siempre, volverá a renacer.

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