Terapias musicales

Polidoro Villa Hernández

Pudo ser un ‘presunto’ acoso musical de alguien que carece de armonía y ritmo en el alma. Pero ojalá que en la mundialmente conocida Ciudad Musical, de la que tanto nos ufanamos, no se les dé puntapiés a instrumentos, cantantes y artistas callejeros, que ponen la nota grata en un centro urbano plagado de vendedores ambulantes, algunos muy agresivos y con un estridente lenguaje patibulario que no vacilan en descargar sobre transeúntes que señalan su desorden.

Pedir a los artistas callejeros ‘que se vayan con su música a otra parte’, sería marchitar más una profesión sagrada a la que no hemos dado la preeminencia y apoyo que merece. Encuentra uno músicos de carrera, docentes además, que decepcionados por la falta de oportunidades quieren abandonar su profesión ‘para ponerme a hacer lo que sea’. Si “la música es un arma en la guerra contra la infelicidad”, avergoncémonos por desperdiciar esos talentos.

La guascarrilera y otras disonancias mercantilistas, desplazaron el gusto de la gente por la buena música y, como secuela, muchos músicos profesionales abandonaron las salas y abrazaron el rebusque callejero como medio de subsistencia. Y no es de ahora. Reconforta el espíritu escuchar en la carrera Tercera -sin escenarios, tarimas, ni productores musicales, ni leoninos empresarios- a solistas y grupos de buena calidad, muchos profesionales, compartiendo su arte y dando solaz a la gente, casi que por nada.

Si de decibeles altos se trata, del parque Murillo deberían desterrarse las ensordecedoras manifestaciones políticas dónde falaz partitura ofrece vanas promesas, tanto como el increíble menjurje de cannabis que “quita el dolor al instante”. Y también erradicar el perifoneo de ‘arroz con pollo a dos mil’; ‘mazamorra con leche y panela’; y ‘tomates baratos’.

Sorprende la excepcional voz de muchos de esos cantantes callejeros, cuya ‘orquesta’ es una pista, que detiene apurados transeúntes para sacudirles algo del estrés acumulado en la diaria brega. Ya quisiera Maluma –¡que disque canta!- tener el timbre y calidad vocal de estos artistas que reciben agradecidos la moneda de cien pesos que algún espectador cicatero acarició largo rato en su bolsillo.

Quienes visitan otras tierras, traen gratos recuerdos de Notting Hill y Trafalgar Square en Londres; las Ramblas en Barcelona, etc., etc., dónde músicos, titiriteros y otros ingenios entregan su arte como bien de consumo para el espíritu.

Llueven indigentes, drogadictos, dementes, y crece el maligno y desafinado coro que canta en la Fiscalía. No espantemos los músicos callejeros. Rescatemos talentos, seamos selectivos al darles apoyo y definamos reglas en su ubicación. Cómo les vendría de bien que fueran favorecidos con algunos de los llamados contratos por prestación de servicios. La rentabilidad social de alegrar corazones, no tiene precio ni medida.

Hace 2400 años expresó un griego sabio: “La música es para el alma lo que la gimnasia para el cuerpo.” Sí, la música es poderosa medicina.

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