La esperanza como lenitivo

Polidoro Villa Hernández

Ocurre cuando se es novel en el amor, que es casi toda la existencia: En cada nueva elección se espera con anhelo que la persona escogida llene vacíos afectivos y sea el complemento soñado, la compañía leal, solidaria y virtuosa para peregrinar por la vida. Vana entelequia. Como gimotean las canciones, desde boleros a reguetón, las desilusiones son más reales que la quimera de la dicha plena.

Con la democracia pasa lo mismo. Al final de cada proceso electoral, queda la sensación de que la letra del despechado tango ‘Uno’, del uruguayo Julio Sosa, interpreta las periódicas frustraciones de los electores en una tierra mirada de soslayo por la Providencia: “Uno busca lleno de esperanzas/ El camino que los sueños/ Prometieron a sus ansias. /Sabe que la lucha es cruel y es mucha/ pero lucha y se desangra/ Por la fe que lo empecina/ Uno va arrastrándose entre espinas…”. Cada cuatrienio hay que reiniciar el cerebro, con la fe de que las reiteradas promesas políticas se cumplan.

Hay nuevo presidente, y se escucha: “Vamos a ver qué pasa…”, frase que es la renovación de los votos de esperanza hechos antes por muchas generaciones. Las cifras electorales indican que creció el número de colombianos asqueados por la indiferencia de la tradicional representación política sin ganas de corregirse ni rectificar el peligroso rumbo que llevamos. Más gente votó y ahora no estamos entre los diez países de mayor abstención del mundo. Queda gravitando sí, lo que juzgan sobre legitimidad y sostenibilidad de esta democracia los 17 millones que no votaron.

Algo de masoquismo, apetito de poder, o genuino amor por la patria debe tener el ciudadano que se postula para presidente en esta Colombia que aunque tenga un líder celestial en la cúspide de la pirámide, hacia abajo la septicemia de la corrupción y la politiquería infecta y trunca las buenas intenciones que traiga.

El nuevo mandatario, encuentra la patria como el tercer país más desigual del mundo, y entre los cinco con mayor impunidad; sabe de la obscena cifra de 50 billones anuales que escamotea la corrupción, que si se erradica ahorraría 10 reformas tributarias; halla poca afinidad hacia el gobierno de 40 legisladores, lo que pondrá a prueba su promesa de no repartir ‘mermelada’ ni prebendas para que apoyen su agenda legislativa. Además, los conflictos sociales acumulados durante décadas. Encanecerá muy rápido.

De esta coyuntura electoral emergieron hechos de madurez política: Hay en proceso una Consulta Anticorrupción; se espabiló un pueblo sumiso y con su voto castigó abusos y corruptelas; se conformaron grupos sólidos de oposición -que ojalá no se canibalicen- para cumplir con rigor el control político y proponer alternativas. Si ejercen bien, serán muro de contención para politiqueros y corruptos y opción cierta de poder a corto plazo.

Mientras se multiplican los líderes que piensen que la gente tiene más valor que la plata y el poder, ejercitemos la función cerebral más desarrollada que tenemos: La Esperanza.

Comentarios