Inicuo destierro

Polidoro Villa Hernández

Con su proverbial buen humor, los amigables mexicanos no cesan de repetir la frase acuñada hace casi un siglo: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.” Así perciben las espinosas relaciones con su vecino, desde que el coloso del norte en misión bélica expansionista les birlara más de la mitad de su territorio que contenía colosales recursos naturales que luego les permitió constituirse en primera potencia mundial.

Por eso, almas equitativas expresan que, en justicia, los ‘manitos’ deberían tener doble nacionalidad, mexicana y norteamericana. ¡Ilusos!

Y si como esa pérdida territorial no bastara para expiar algún hipotético pecado universal, ahora llega el mechicandelo presidente a levantar un afrentoso y antiecológico muro fronterizo y a presionar la salida de cerca de tres millones de indocumentados -mayoría mexicana- que residen en una nación que siempre ha dicho sentirse orgullosa de los inmigrantes que la hicieron grande y rica.

Lo que lastima en este desalmado siglo XXI, es que inhumanas y presuntas razones de ‘interés nacional’, separen a los niños de sus padres, y que habitantes de las que antes fueran colonias, países cuyos recursos naturales y adhesión política fueron explotados y utilizados por siglos con gran ventaja para los nacionales de los países colonizadores, y que luego fueron abandonados a su suerte tras desmembrarlos, o crear enfrentamiento entre ellos, se diga que “infestan’ una nación, como si fueran plagas u organismos patógenos, y se exprese, además, que son gente de “países de m…..”.

Un presidente ‘civilizado’ no debería tomar decisiones desalmadas y lanzar comentarios racistas, llenos de odio y desprecio que violan los derechos de inmigrantes cuyo esforzado trabajo le ha significado gran beneficio económico a su país.

Un académico mexicano decía que el ‘sueño americano’ para la gran mayoría de los compatriotas que emigraron a USA, ha sido solo eso: un sueño. Reemplazaron a los afroamericanos en oficios con bajos salarios y altos riesgos: trabajo agrícola, ayudantes de construcción, jardineros, empleo doméstico y lavaplatos en restaurantes. Sobre este último oficio se hizo popular un irónico chiste. Les aconsejaban estudiar inglés si querían progresar. Y aprendían: “Antes yo era un lavaplatos, estudié inglés, y ahora soy un dishwasher (Lavavajillas)”.

Quién emigra es valiente. En su mayoría desesperados porque su país no les ofrece opciones de trabajo para mejorar calidad y nivel de vida de su familia, toman el riesgo y van a buscar mejor futuro. Por fortuna, muchos colombianos que viven en los Estados Unidos -se estima que más de dos millones-, han logrado una formación académica que les posibilita acceder a empleos calificados con mejores ingresos y ser mirados con respeto.

A los mexicanos, en esta oprobiosa coyuntura, hay que desearles que el señor Trump recule más veces en decisiones que los perjudican, que modere sus emociones primarias de instinto territorial y les devuelva en bienestar parte de lo que les usurparon.

Comentarios