Prisionero de la dieta

Polidoro Villa Hernández

“Ahh, si los jóvenes supieran, y si los viejos pudiéramos”, suspira una estrella del baloncesto ibaguereño de los años cincuenta, época en que el promedio de estatura de los jugadores era de 1,66 metros pero se crecían, como “Harlem Globetrotters”, cuando enfrentaban a espigados vallunos. Prosperó con una distribuidora de telas, y los envidiosos decían que ‘se había hecho de la nada’, expresión que lo ofendía. Él, instruido autodidacta y viajero frecuente a USA, siempre consideró que le venía mejor el calificativo que los gringos daban a sus emprendedores exitosos: Self-made man, un hombre hecho a sí mismo.

A este exdeportista, hoy ‘gigante’ rollizo, le diagnosticaron hace poco una disritmia cardiaca y trastornos metabólicos. Dice con humor que por el nombre, su mal parece tener afinidad con el reggaetón. No se amilana. La primera recomendación: debería eliminar al menos 30 libras de peso. Precisa: “Superé esa exigencia mandando a dormir a mi esposa a otra habitación.” La segunda, seguir una dieta estricta. Casi huelga de hambre. Escéptico irredento, la nutricionista-dietista que contrató trata de convencerlo que las dietas no son una moda, ni buscan acelerar la defunción de los viejos, como él cree. Aunque le confió que a veces las dietas también engordan.

“Toda la vida comí sin glotonería, lo que me provocaba. Nos criamos en finca de tierra fría con leche cruda, queso y mantequilla fresca; sancocho de gallinas gordas cuyas grasientas hueveras nos disputábamos los hermanos; y eran frecuentes los fríjoles con chicharrones de tacón alto. Ahora, debo admirar que la lechuga tiene clorofila, omega 3 y 6 y que su fibra es vida. ¡Como tanta que pronto mugiré en vez de hablar! Mis padres y abuelos –que comían cinco veces al día- murieron nonagenarios sin pronunciar nunca la palabra colesterol.”

“Mido mi grasa corporal, y ya aprendí qué es porción y qué ración; mi cerebro identifica edulcorantes artificiales y otros químicos; como ‘frutas frescas’ que hace dos meses salieron refrigeradas de un país cercano; y cavilo viendo cómo van felices los magros estudiantes que salen de un expendio de hamburguesas y salchipapas.”

“Sí, mi abdomen –que mi mujer dice me daba un respetable aire arzobispal-, ha rebajado según el inefable índice de cintura/altura. Y los amigos que siempre me informaban de nuevos restaurantes, ahora sonríen cuando les digo que según investigaciones, todo lo que comieron sus antepasados era dañino para la salud, y lo que hoy comen ellos, es tóxico. Bostezan cuando les recomiendo una dieta alcalina, o una dieta vegetariana–flexitariana -herencia del paleolítico-, o un régimen gourmet.

“El jueves, un cuñado me puso una mordaza cuando me retó: ‘Por estos días entrevistaron a unos gordos en Caracas. Llorosos, dijeron que se estaban muriendo de hambre. Entonces: ¿Tú, recomendarías a esos gordos que comieran menos?’ ¡Me ha dado por pensar que las únicas dietas sanadoras, son las de las Cámaras legislativas!”

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