Trono futurista

Polidoro Villa Hernández

En esta patria extraviada donde el suceso diario que asombra es que otro más de nuestros ‘próceres’ criollos resultó untado en un torcido corrupto que acrecienta pobreza y frustración ciudadanas, no valoramos mucho esta semana una noticia desde Beijing que es luz de esperanza para la higiene y salud del planeta. Permite fantasear, incluso, con hacer de nuevo cristalina el agua del contaminado río Bogotá para volver a comer sin asco viudo de capaz del rio Magdalena, si es que aún quedan.

El visionario filántropo, Bill Gates, patrocinó un higiénico invento hoy listo para usar: un inodoro “que no necesita agua ni alcantarillado y utiliza productos químicos para convertir las excretas humanas en fertilizantes.” ¡Buena nueva para los cauces fluviales del mundo! Eriza saber que 4.500 millones de personas no tienen forma segura en sus hogares de eliminar sus desechos y 900 millones hacen sus necesidades al aire libre bajo las estrellas. En Ibagué, según amanecen algunos andenes, debe habitar un porcentaje alto de estos últimos.

Por fortuna, aquí hace marras superamos el uso de las bacinillas, cuyo mefítico contenido muchos madrugaban a vaciar ‘discretamente’ por la ventana hacia la calle. Que un magnate informático como Gates auspicie proyectos escatológicos para bien de la humanidad, nos dice que aún hay ricos sensibles y generosos. Además, un inodoro posee sutiles afinidades con la tecnología informática, que es el fuerte del gigante Microsoft de Bill: tiene input y output, hay una interfase íntima con el usuario, y en cuchitriles hasta ratón se encuentra.

El elemento humano, secular fabricador de hipocresías, con eufemismos ha querido ocultar el sitio ineludible para reyes y plebeyos: ‘el baño’, como si tras beber y hartarse alguien quisiera ducharse; el ‘tocador’; el ‘wáter closet’ (¡armario de agua!); ‘lugar para pensar’. Realista el nombre que le dan los albañiles: ‘Descansatripas’. Sin hipérbole, la inefable contribución de Gates a la humanidad de un inodoro futurista, lo inmortalizará más que sus proyectos de Holoportación, o el de Comunicarse con las Plantas. De popularizarse, nuestros biznietos no terminarán anclados en los desechos.

Qué feliz hubiera estado Luis XIV que este invento se hubiera dado en época de su deslumbrante Palacio de Versalles, que con 700 habitaciones ocupadas solo tenía un inodoro: la silla-retrete del Rey dónde, sentado y usándola, como gran honor recibía a sus invitados. Los demás se aliviaban detrás de las cortinas.

Ojalá pronto lleguen estos tronos a Ibagué, ciudad escasa de ‘baños’ públicos. Los que hay, deberían ser localizables en el sistema GPS para casos de urgencia.

Lástima sí que este ecológico inodoro no permita procesar también la esencia de los discursos políticos promeseros de campaña. Con el volumen de abono obtenido haríamos fértiles La Guajira y el desierto de La Tatacoa.

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