Año lectivo o aflictivo

Polidoro Villa Hernández

Las vacaciones son propicias para vivir aleccionadoras reuniones familiares. Reunir tres generaciones en un hogar y compartir experiencias y visiones pasadas y actuales, siempre terminan con la tozuda aserción de los veteranos de que “todo tiempo pasado fue mejor”, y la actitud compasiva hacia los viejos de fogosos jóvenes cibernautas, preguntándose por qué ellos no usan intensamente Linkedln o Instagram.

En una nutrida tertulia dónde había parejas cuyos pequeños inician este año su vida escolar, los abuelos evocaron como el acceso de los párvulos al colegio antes era barato; era más santuario de aprendizaje y menos negocio. Algunos abuelos presentes comenzaron en pequeñas escuelas de nombres sencillos: “Amanecer”, “Domingo Sabio”, cuya exigencia para entrar a 1º. de primaria era: tener cinco años; traer pizarra, la cartilla “Alegría de leer”, y las uñas limpias. Terminaron universidad y sirvieron bien a su comunidad.

“Hoy, todo ha cambiado, y tanto en precios, que esta puede ser una razón para que el estrato 4 tenga más posibilidades de bajar al estrato 3, que de subir al 5”, anotó jocosa la ‘prolífica’ madre de dos chinos. Ahora el camino es largo. Antes del 1º. de primaria: Maternal, caminadores, párvulos, kínder, transición. Tristemente, los hijos hoy se van pronto del hogar que ya no parece ser el entorno ideal donde estimulan al niño para que explore y descubra. Al final, los dos padres deben trabajar muy duro para pagar los precios astronómicos del Jardín Infantil ‘Los genios de la Galaxia’.

“El ingreso de mi bebé de tres años a un jardín costó tanto como mi primer año en la universidad, –agrega esta mamá-. La simple fotocopia de un formulario titulado ‘Inscripción’, $90 mil. Matrícula y pensión, tan caras como las un hogar geriátrico. Y ni hablar de la cantidad de papelería y ‘materiales anuales’, útiles inútiles y tantos libros como para un máster en Harvard. Quedé pasmada por el insólito pedido de 3 rollos -kilómetro y medio- de papel higiénico industrial. ¡Como si vivencias y saberes escolares aflojaran el estómago de los infantes! Y no hablo de los cuatro uniformes, porque vuelvo a llorar”.

“Lo que nunca pensé, es que por impulsar el desarrollo cognitivo, psicomotor y socioemocional de mi hija, -terció otra progenitora- ahora sufro de insomnio, fatiga crónica y dolores musculares. A veces pienso que aplicando alguna teoría posmoderna, los profesores dejan exceso de tareas solo para estimular encuentros entre padres e hijos, que ya poco comparten bajo el sol. Pero exageran pidiendo construir en cartón paja ¡una maqueta de las Torres Petronas, de Kuala Lumpur! en un fin de semana, cuando también hay labores tan excitantes como hacer mercado y lavar ropa”.

Un veterano reprendió: ¿Y por qué no protestan? La respuesta es de un país de miedos: “Para evitar represalias con los niños”. Cambiemos ya la vieja y proscrita sentencia “La letra con sangre entra” por: “La letra con mucha plata entra”.

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