Desilusiones

Polidoro Villa Hernández

Nos es sensato vivir de reminiscencias e ignorar que el elemento humano con sus virtudes y ruindades evoluciona veloz, y que adaptarse es supervivencia. La pretensión de que lo pasado fue mejor, es lo que hace expresar a muchos veteranos -cuando sienten que se agrietan sus paradigmas- una frase que estremece por su ‘originalidad’: ¡Cómo cambian los tiempos!

Ser muy conservador predispone a infartos: Un abuelo, sobreprotector de su única e idolatrada nieta -genio para él, ‘pilosa’ para el resto de la familia- vendió su finca en Chaparral para mandarla a estudiar Bellas Artes en Milán. Tras tres años de girar euros, ella regresó saciada de liberación europea y levitando por su compromiso con un ‘aristócrata’ italiano. La vanidosa familia, luego de comer tamal, eructaba trufa blanca piamontesa. El abuelo, observaba dubitativo a su nieta que no era la misma que él patrocinó.

El golpe final para el generoso ochentón, vino en el concilio familiar donde todos pidieron a la ‘niña’ que contara con pelos y señales sus experiencias académicas y el cuento de hadas de su compromiso. Ella, no se hizo rogar. Su prometido se llamaba Andrea. El abuelo dijo que ese era nombre de mujer. Ella, adusta, le respondió que el nombre significaba “guerrero viril”. El abuelo tosió y se encogió en su mecedora. Luego se supo que el apellido del gigoló italiano era: Noble.

Embelesada, narró el sueño hecho realidad: “Una tarde, aún estábamos en la cama, Andrea me despertó con dulzura, me pidió que fuera su prometida y me puso este anillo de compromiso, que es biodegradable, porque él ama la naturaleza.” Al abuelo se le paralizó medio lado; las tías, supieron que anillos de compromiso ahora se fabrican con pulpa de madera extraprensada. El viejo terminó en el hospital y pronto emigró a su morada eterna.

Pura pena moral. El abuelo nació en la época cuando a las hijas las educaban bajo la virtuosa consigna: “No pueden comerse las onces antes del recreo”; cuando muchas adolescentes creían que sin casarse no se podía tener hijos; cuando los novios no podían estar solos sin una custodia familiar que jamás sufría de incontinencia; cuando los hombres respetuosos eran considerados buenos pretendientes y no una “chucha tímida”; cuando un noviazgo podía durar 7 años o más; cuando la esposa debía pedir permiso a su marido para abrir una cuenta bancaria o comprar un automóvil.

Seguramente creció cuando ver un tobillo desnudo estremecía, y sólo tuvo la opción de escoger esposa entre la hermana del compañero de clase, la hija del vecino, o la niña de la banca en la iglesia. Hoy, en internet, hay oferta de féminas hasta de un solo ojo.

El cortejo y la seducción que antes constituía el formal y delicado ritual de una pareja, al igual que el matrimonio tradicional ‘hasta que la muerte los separe’, están en vías de extinción. Como muchas especies animales.

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